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BIBLIOGRAFÍA PASIVA-TEXTOS Los textos que se incluyen, seleccionados de BIBLIOGRAFÍA PASIVA-ÍNDICE, son parte de la memorabilia donada al Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami. Todos y cada uno de los trabajos aparecen aquí tal y como fueron recibidos, con excepción del formato, alterado para mantener la uniformidad. Se obviaron también notas y bibliografías consultadas que aparecen en algunos de ellos. Los textos escogidos responden al propósito de incluir un solo trabajo de cada autor, y de éstos, algunos de los que ofrecen una mirada circular a mi poesía (Aldaya, Cuadra, González Montes), y de los que ahondan en uno u otro de mis libros.
Sobre la poesía de Amelia del Castillo
La ya extensa obra poética de Amelia del Castillo la acredita como una de las voces más genuinas y valiosas de la lírica hispanoamericana. Ha publicado Urdimbre (1975), Voces de silencio (1978), Cauce de tiempo (1981), y en excepcional tránsito de otoño a primavera por la magia de la casualidad, Agua y espejos (1986); muy joven, la escritora ya intuye, "el dolor inédito" de las desgarraduras e interroga en uno de sus versos: "¿Sabes si el viento largo quebrará mis alas?" Aún sigue sin publicar Las aristas desnudas, poemas que marcan la culminación de su madurez existencial y artística. El intervalo de años entre la publicación de los poemarios, sugiere la deliberada espera para dejar que su arte como el buen vino, añejase. Amelia del Castillo posee esa cualidad tan estimada por Rafael Marquina: la humilde sapiencia del orgullo que gusta le exijan lo maestro. Es decir, el decursar irremplazable del tiempo, y el hacer de exigente jardinera, talando de su obra, lo superfluo.
Aunque se prefiera valorar la producción poética a determinar escuelas y colocar rótulos clasificadores, resulta obvio que la obra de esta escritora es poesía testimonial del ser; y según la definición de Dámaso Alonso, poesía desarraigada. Es manifestación estética, expresión de un desasosiego vital, la que surge "allí donde un hombre se siente solidario del desnorte, de la desolación universal.
Una delicada religiosidad orienta a Amelia del Castillo en la búsqueda de Dios. A veces, como es frecuente en la lírica hispanoamericana, la religiosidad adquiere matices panteístas, suscitados por el sensual paisaje de su isla, reiteradamente evocada: concreción circunstancial que marca muchos de sus poemas. Catalista y bálsamo de la nostalgia, la naturaleza de Cuba es sentido elemento en los versos de esta escritora.
Tiene esta poetisa la imaginación de los contrastes, siempre generadores de belleza, de ahí lo acertado del juicio de Hernández Miyares al señalar la "rara y atrayente polaridad de su poesía. Una claridad sugerente y un misterioso ocultamiento que la hacen mantener siempre latente un "algo" que no sabemos descifrar". Explícitamente, Lucas Lamadrid precisa en la poesía de Amelia del Castillo: "el misterioso trajín de la sensibilidad entre lo palpable y lo inmaterial, la realidad y el sueño, el instinto y el espíritu".
Reiteración es el subrayar que los aciertos desde el punto de vista imaginativo, más la concreción circunstancial, la estructura idónea de los poemas, y una marcada tendencia a la síntesis, se integran en esta obra muy personal. Sabido es también que la nueva realidad creada es incognoscible sino a través del arte, porque es la realidad de la fantasía, hecha de concepciones, sentires, emociones y vivencias del escritor, es realidad gestada desde las honduras ocultas de su ser. Es la poesía, ajena a lo que se llama "fidelidad a lo real" "lo que nos instala en el doble imaginativo o fantástico de toda realidad". Además, el subjetivismo en la poesía de Amelia del Castillo es púdico, dado a la sugerencia; y se vale de soportes objetivos para el trasvasamiento de emociones. Por otra parte, el necesariamente frío análisis crítico se enfrenta a esta certidumbre, señalada por Octavio Paz. "El decir poético no es un querer decir sino un decir irrevocable" y añade: "Toda imagen poética es inexplicable, simplemente es." Sin embargo, la recepción de la poesía como bien señala Juan Ferraté, es un despertar de evocaciones y afanes con nexos varios e imprevisibles en la intimidad de cada uno. Inevitablemente el lector crítico "interpreta en los términos de su experiencia personal la formalización en que consiste el arte".
Entre los signos y los símbolos claves recurrentes en la obra poética de Amelia del Castillo, entregados en variaciones expresivas, sobresalen silencio, tiempo y caminos. Presente con ellos, la nostalgia que suscita el decursar del tiempo, y esa perturbadora e inquietante sensación por lo inefable dejado atrás en la jornada existencial. La certeza de un aún efímero e inasible es el hoy, coadyuva a la añoranza. En verso transparente, la poetisa analiza: "… cuando sudan tristezas mis caminos y me empino doliéndome de tiempo."
Eco fiel, en lo conceptual, de un verso de Dulce María Loynaz: "Vengo de un ayer sin riberas que es hoy todavía o que no fue nunca".
En otro verso, escudriña el futuro, pero concluye: "no sé por qué caminos ni en qué auroras/ se escaparán mis pájaros de tiempo".
El hoy, realidad presente indetenible, la que rápidamente se pierde, aparece y reaparece en los poemas de Amelia del Castillo. Responsable y solidaria escribe:
Con sabia implicación escribe: "Hoy tengo abiertas ansias de encontrar la caricia/ que me bese por dentro," y elucida, …"la que aflora detrás de la pupila/ y se da en un silencio". En versos precisos insiste: "Hoy quisiera arrancarle un pedazo a la alegría" y en otros, recoge un dinámico anhelo de evasión, y esta enumeración definidora:
No tiene Amelia del Castillo prejuicios racionalistas y, poeta contemporánea, afirma mediante su yo lírico,
El silencio en la poesía de Amelia del Castillo es más que un repetido desvelo lírico; es elemento importante dentro de la variada temática de esta escritora. Aparece en acepciones desiguales. Tal vez su más explícita valoración del mismo se halle en esta estrofa:
o en estas imágenes: "que es campana el silencio/ y mariposa amiga la tristeza…" (Otros versos conllevan nihilistas sugerencias: "De la nada viajo hacia la nada/ hacia el silencio voy desde el silencio"). En metáforas precisas transcribe:
Silencio que en el yo lírico es infundado temor de no saber decir lo mucho que se calla, o mejor aún, la certeza de lo inapresable, a pesar de las palabras. Así escribe:
La definición de la vida según Ortega como "fluído indócil que no se deja retener, salvar, pues mientras va siendo, va dejando de ser inmediatamente", puede fácilmente aplicarse al viajar todos o cualquier camino. Como símbolo de viaje, vida y caminos tradicionalmente se identifican. Amelia del Castillo, también elige el camino, como imagen vinculada al recorrido vital del hombre.
En otros poemas, la protagonista lírica anhela "…abrirse a caminos inéditos, a niños mares…" o vacilante expresa: "¡Qué caminos de ideas y música y palabras/ si me atreviera!".
Se observan en la poesía de Amelia del Castillo sutiles influencias de la lírica de Dulce María Loynaz. Ecos que no debilitan su inconfundible voz poética. Ambas poetisas coinciden en la búsqueda de una expresión más depurada y hay coincidencias temáticas: el amor (en las dos, eros y ágape), una ambiciosa aspiración de alcanzar estrellas, de estrenar alturas; una solidaridad hacia los desvalidos, los humildes, los desposeídos del mundo; la nostalgia por los caminos donde quedó parte de la vida, y la búsqueda de Dios, llena de franciscana humildad, guiada por la esperanza de dialogar con Él y comprender. También hay en las dos poetisas un intento de diálogo con un "tú". No logran respuesta, porque ese "tú" no acierta a entender cabalmente las inquietantes sutilezas del pensar y del sentir. El diálogo devieneen insatisfecho monólogo. Interrogan a la sombra, al mismo yo, en desdoblamiento que aspira a la distancia psíquica, en difícil empeño de dilucidar ideas del alma, razones existenciales.
En la semejanza que ofrecen poemas de las dos escritoras, más que la similitud del contenido, o el paralelismo formal, o la afinidad del tono, las une algo inefable que no es ni contenido ni forma. Misterios de la poesía. Cotejemos para ilustrar algunos estrofas y versos.
Dulce María Loynaz, al dirigirse a Dios, le interroga:
La poesía de Amelia del Castillo suprime la anécdota, exenta de intoxicación verbalista, "en flor de hueso", rica en posibilidades comunicativas, y logra que
borradas las palabras, persista la fruición estética "en el silencio del galopar insomne de un latido" o tal vez, sea algo más: como "velero de añoranzas" “que surca
tempestades sin anclaje de tiempo” .
ALBERTINI, JOSÉ A.- Novelista, periodista.
De trampas y fantasías, primer libro de relatos de la reconocida poeta Amelia del Castillo, es un compendio de vida que, en veintiséis cuentos, llama vigencia.
Amelia del Castillo, cubana y matancera con una fructífera obra poética que abarca títulos como Cauce de tiempo, Agua y espejos, Las aristas desnudas, Géminis
deshabitado y el Hambre de la espiga, quiso, tal vez, en esta oportunidad, que su pluma fuese más directa. Por eso, se me ocurre pensar que, De trampas y
fantasías nos enrostra el decursar de la existencia. Nuestra propia existencia.
Basta asomarse al estilo conciso, directo, pero lleno de la poesía que la autora carga, para comprender que todo, la vida misma está plasmada en este libro de ficción.
Ficción aparente. Lo fundamental de estas historias es que la narradora, hacedora de palabras e imágenes, no fabula. Desgrana y concadena frases y oraciones con maestría
de escalpelo que hurga el alma humana en busca de lo trascendente, que a fuerza de repetirse se torna cotidiano. Y allí, en la dureza, grandeza y contradicción de sentimientos
y pasiones, radica el mensaje filosófico y benévolo que encierran los cuentos que se apretujan en De trampas y fantasías.
Amelia del Castillo, ya bien sea en verso o en prosa, es consistente con una idea central que habla de la duplicidad de las intenciones, emociones y materia.
Es por eso, que los estudiosos de su producción literaria, sin proponérselo, coinciden en las motivaciones fundamentales de la autora.
La lectura de este libro de cuentos es un deleite y rebullir de los sentidos. Así como, también, lo es el conjunto total, hasta el presente, de la obra poética
de esta culta, sensible y dedicada autora que responde al nombre de Amelia del Castillo.
ÁLVAREZ BRAVO, ARMANDO.- Poeta, ensayista, columnista.
Amelia del Castillo-Rompiendo la barrera del sonido.Reconocimiento a una trayectoria.-
Me satisface enormemente estar aquí hoy y decir unas breves palabras sobre Amelia. Hemos visto un recorrido por aspectos de su poesía que la retratan perfectamente..
Lo que me interesa a mí señalar es una cosa: la poesía en la poesía y por la poesía de Amelia.Y es que esa poesía tiene la raíz cubana, el lenguaje de lo mejor de la poesía cubana, en el exilio y en la Isla.
Y en la figura y en la obra de Amelia se sintetizan perfectamente esos dos aspectos que he señalado. La distancia y la presencia. La presencia como distancia y la distancia como fatalidad de la historia.
Yo creo que honrar a Amelia es una manera de hacernos reflexionar sobre lo que es hacer poesía en el exilio, porque su poesía, tan cubana, es una poesía
de exilio, y es bien difícil, y lo subrayo. Publicar un libro de poesía en el exilio es bastante difícil porque nos falta el marco natural para la expresión de esa poesía.
Me complace enormemente que se reconozca en ella a esa poeta. Me complace enormemente que esto nos permita hacer algo más, aparte de este homenaje, por divulgar su obra, hacer conocida su poesía, porque en su poesía hay la delicadeza femenina tan típica de la señora cubana, y la poesía de la señora cubana exiliada.
Presentación de Géminis deshabitado.
Es difícil presentar un libro porque, en definitiva, uno está tratando –al menos en mi caso– de reescribir desde el propio punto de vista la obra que está leyendo y comentando. Es decir, se convierte en una especie de papel en blanco con algunos oscuros signos que queremos rediseñar.
Es notoria la constancia poética de Amelia; es notoria también la limpieza y belleza que ha procurado en el uso del lenguaje poético. Y es precisamente en el juego entre constancia y belleza donde su poesía va ganando madurez. Al final, y esto se descubre bien tarde, la poesía es nada más que reeleboración de la experiencia, y quizás, un modelo ideal de lo posible que es lo imposible.
Este libro, Géminis Deshabitado, está marcado por esa voluntad de exploración de una experiencia muy asimilada en busca de un diseño personal, definitivo, tanto en el día tras día, como en el uso de la palabra, tan importante en la poesía.
En esas dos imágenes que proyecta Amelia, podemos encontrar la tercera imagen, la personal, que busca, que procura desarrollarse, abrirse y plantearse en Géminis Deshabitado. Es decir: es ese libro que se constituye en un ajuste de cuenta del poeta consigo mismo más que con su propio oficio; que son inseparables, ya lo sabemos, pero es la criatura misma a través de la poesía la que se está planteando algo ulterior que va dejando lastre de vida –que es tan necesario acumular– para llegar a esa desnudez que planteó Don Antonio Machado. Esa desnudez esencial del enfrentamiento consigo mismo.
Esa, diría que es la premisa fundamental en la búsqueda de la identidad personal que marca esta obra. ¿Se puede decir que ha sido logrado el propósito que lleva a escribir este libro? No lo sabe ni Amelia, ni yo, ni ninguno de ustedes que lo lea. Es imposible porque aunque los poetas tienden a ser muy egocéntricos, muy orgullosos, muy soberbios, y tantas cosas más, hay algo que nunca, con todos sus delirios, con todas sus certidumbres pueden afirmar. Nunca saben, finalmente, qué han dicho.
Quizá en este poema, que es casi de centro de obra –y la arquitectura de un libro de poesía para mí es siempre algo fundamental– es donde se cumple verdaderamente la aventura espiritual que se propone Amelia del Castillo al escribir estos versos. Es decir, es esa necesidad de reconciliación que junto a la necesidad de bramido es parte esencial y constitutiva del hecho poético. Ella no sabe si logró su propósito. Magnífico. Pero quizá el propósito es intentar, nada más; buscar una salida. Porque no hay una salida definitiva; no hay una respuesta definitiva. Así, los lectores de poesía, los lectores fieles de poesía, saben que pueden tomar un texto, aprenderlo, reconocerlo, recitarlo de memoria, soñarlo en el sueño… y cada vez el texto les dice algo distinto a pesar de las palabras bien aprendidas y las imágenes bien sabidas.
Así termina este libro. Así empieza. Es decir: es lo de nunca acabar. De eso se trata la poesía.
ARAGÓN de (CLAVIJO), UVA.- Escritora, ensayista, poeta, columnista.
Amelia del Castillo y su azul.
La conozco desde hace muchos años y me une a ella una vieja amistad. Pero no nubla mi criterio el cariño que le profeso ni el reconocimiento de sus virtudes como ser humano. Amelia del Castillo es una de las voces líricas más singulares de la poesía cubana de la segunda mitad del siglo XX.
Amelia del Castillo ha publicado hace pocos meses Un pedazo de azul para el naufragio. No está en estos versos el mar de espuma blanca y reír de campana de Agua y espejos, versos de juventud, premiados en la plenitud. En estas páginas, el mar de Amelia del Castillo está herido. Lo surcan orillas escabrosas, sangres de ausencia. Hay cruces y más cruces. La sed es insaciable y los perros mansos huyen junto a los fieros. En el portal del paraíso los hijos de la noche quebraron de un golpe los sueños con odios fratricidas. La furia del incendio arde sin tregua. Se burlan los espejos, y el viento se hace amigo del lamento y el naufragio. Hasta el blanco está sin luz.
Hace varias semanas, en el Centro Cultural Español, se exhibieron cuadros de Carmen María Galigarcía -a quien también se debe la portada del cuaderno- junto a poemas de Amelia del Castillo. Pese al vínculo familiar que une a la poetisa y la pintora, ninguna conocía la obra de la otra mientras la creaban, y al hacerlo se asombraron de la coincidencia en el nivel de angustia existencial, en la denuncia de atropellos e injusticias, y en la compasión por el desvalido.
Se trata, en ambos casos, de una obra que nos coloca frente al horror. No son cuadros ni versos para agradar, sino para punzar. Están cocidos al fuego lento en las heridas, con todo el dolor del mundo amasado en lienzos y versos.
Un pedazo de azul para el naufragio no menciona a Cuba, pero es sobre Cuba, y al mismo tiempo, la trasciende. Lo propio se vuelve de toda la humanidad. La isla se agiganta como una llaga que desgarra por los bordes. La realidad florece en poesía. Al final, Amelia del Castillo, de regreso de tantos viajes de ida y vuelta por los caminos de la ausencia y el sacrificio, lanza un desafío.
BAEZA FLORES, ALBERTO.-Poeta, ensayista, articulista chileno.
Amelia del Castillo me ha ofrecido su último libro: Agua y Espejos (Imágenes) que ha editado la Colección Espejo de Paciencia de Ediciones Universal, Miami.
Ha escrito, para dedicarle el libro a este errante e impenitente poeta y permanente lector: "siempre incansable-encontrado al paso". Es verdad.
Ahí estamos con Bernardo, Juan Carlos, doña María y Manolo Alvarez, que me ha traído hasta la librería y que ahora conversa con Bernardo de los primeros años
de Alpha 66.
El dibujo de la cubierta del libro de Amelia del Castillo es muy hermoso. A veces me hace pensar en el Art Nouveau -tan de moda en París en la década de
los sesenta. Pero a veces, ante el dibujo de M. Casanova -y que me impresiona mucho- pienso en las relaciones, en las comunicaciones, de Occidente y Oriente, en
cuanto al arte.
La vida va de prisa. Acaso todos tenemos un poco de prisa. ¿Para qué? ¿Por qué? El tiempo pasa y no pasa. La vida se va y permanece, al mismo tiempo.
Lo sabían los devotos pensadores chinos del Tao. Amelia del Castillo ha reunido poemas escritos en la década de los años cuarenta, los de su primer libro, que no llegó
a ser editado. Era un manuscrito extraviado. La lírica pudo dar con las páginas de esa poesía "de otro tiempo".
Amelia del Castillo envió, finalmente, estos poemas "de ayer" a un concurso muy de hoy y al otro lado del Atlántico. Y con ese manojo de poemas, un jurado, que antes
había premiado al maestro Luis Rosales, le otrogó el premio "Cátedra Poética Fray Luis de León" de la ilustre Universidad de Salamanca, al libro de esta lírica del exilio:
Agua y espejos. Entre esos poemas podemos ir leyendo -mientras el tiempo pasa, la vida se va y unas estrellas llegan- versos tan de siempre y tan cálidos como: No te inquiete
dejar en el jardín tu sombra, o conmovedoras testificaciones interiores que traen aromas del pensamiento oriental: Deja que cada amanecer estrene el día/ y el día en cada noche se deshaga. ¿No recuerda, a veces, ese saludo del pensamiento sensibilizado, antiguo, el milagro del alba?
La ternura asoma en la esquina de la página, donde Amelia del Castillo dejó unas señas: ¡Qué chiquilina fui fui para tus brazos/ y qué mujer creciéndole a tu asombro!
Un viaje por este libro es hermoso. La autora colocó un bello epigrafe del poeta de Palestina, el profundo Kahlil Gibrán: Así como el amor te corona así también te crucificará/
Y haciéndote crecer, será también tu podador. El poeta Lucas Lamadrid escribió un bello prólogo para leer y meditar.
BARQUET, JESÚS.-.-Poeta, ensayista, profesor (Tulane University).
Saludos, Amelia, miles de gracias por el poemario, que no pude resistirme a leer y me encantó su limpieza, su saber avanzar sin premuras (ahora descubro articulo
de Rossardi en Baquiana que quiero leer).
Algún tema tuyo (el tiempo) es aquí central de nuevo; esa idea de "umbral" con que abre el libro, como el momento intermedio, hic et nunc en que pasado y futuro
son dos vectores a contemplar con la sabiduria y "lejania" que dan los años trascurridos/vividos y los por venir.
Es decir, aunque el titulo va por esa fugacidad y sobresalto (asombro), sentí precisamente lo contrario: la densidad vivencial y "profundimiento" del ser que
sabe/ha vivido/ha degustado/ ha aceptado sin crisis dicha "fugacidad del asombro" para fijarla ahora en poesia. ¡Felicidades!!!!!!!! Algun dia tendremos algunos
interesados en tu poesia que organizar algo sobre tu obra.
Un saludo de salud poetica.
CUADRA, ÁNGEL.-Poeta, escritor, columnista.
Antes de comentar sobre Amelia del Castillo, señalemos algunos de sus libros, entre ellos: Voces de silencio, Cauce de tiempo, Agua y espejos, Las aristas desnudas, Géminis deshabitado, El hambre de la espiga, Un pedazo de azul para el naufragio y Fugacidad del asombro. Agreguemos a esto, libros de cuentos, ensayos o ponencias literarias e, incluso, canciones.
Hubo un momento en el curso de la cultura, que algunos pretendieron concretar la pureza del arte, el arte puro, aquel que, en cualquiera de sus manifestaciones, se presentara solamente con los elementos esenciales de cada tipo de arte; esto es, deshacerse de todo otro ingrediente: de modo que a la música sólo le fuera asignado el sonido, no otras evocaciones; que la pintura sólo fuera construida con colores, sin otras alusiones; que la poesía sólo se constriñera a la palabra en libertad (como quiso ensayar el simbolista francés Estephan Mallarmé), de aquí que de la misma estaba casi desterrado el mensaje, pretendiendo que la palabra por sí engendrara un mundo propio.
Amelia del Castillo no necesitaba ser Paul Valery para desmentir rotundamente la limitación de la pureza en la poesía, porque la suya es de las más impuras que se puede leer. Pues en su poesía hay de todo: hay plasticidad, hay música, hay paisaje (hacia lo externo y hacia lo interno) y hay meditación –luego se aventura a lo filosófico–, y ese meditar ahonda en el ser de los demás, y el más hondo que es su ser personal. De toda su impureza, de toda esa anarquía de elementos, resulta en la poesía de Amelia una armonía espléndida, que ilumina el ser en todos, y el propio ser de la autora, libre y único en el mundo; que, para ser original y, a la vez repetido, se da como descubrimiento, y despierta el asombro.
Levántate
Levántate.
También en la afirmación propia de su vida, Amelia patentiza su ser, que indudablemente tendrá gemelos en el mundo, y en ella se individualiza, como muestra en su poema "De pie”:
Esa voluntad de ser, de afirmarse desde ella misma, se repite a lo largo del camino andado. Y más adelante, en su más reciente libro que titula Fugacidad del asombro, le vemos decir con firmeza la hegemonía de su ser, su defensa, el combate animoso del yo: ser uno mismo, no achicarse, no claudicar ante los embates de la vida, seguir siendo a pesar de aquello que nos ensombrece. Y así dice Amelia, con íntima declaración de guerra:
No voy a darte paso, Sombra.
O sea, esta poesía de Amelia –impuramente hermosa—nos trae un mensaje, viene a decirnos algo. No es arte por arte, que se resume en sí mismo, en un andar circular. Tiene, por tanto un asomo a la filosofía, porque ésta es la ciencia hacia la vida misma, el nuevo mensaje para los demás. De modo, que cabe retomar, y completar, lo expuesto por el antes citado filósofo y analista literario Johannes Pfeiffer: “Si el hombre se pone a filosofar es para rastrear el conocimiento del ser que vislumbra escondido en lo hondo de las palabras”. He ahí la magia de la palabra como instrumento del poeta, que nos revela el ser desde el anticipo de la intuición.
Y aquí los dejo con Amelia del Castillo, después de abrirles estos caminos para llegar a ella.
FAGUNDO, ANA MARÍA.-Poeta, escritora, ensayista y profesora española.
En celebración de lo femenino.
Este poemario sólo lo pudo haber escrito una mujer. Una mujer poeta. Una poeta lírica. Una poeta que se llama Amelia del Castillo.
El texto poético de El hambre de la espiga está cuidadosamente estructurado, desde el título, la dedicatoria, las citas que abren cada sección del libro y los poemas mismos. Se dedica, acertadamente, a tres nombres femeninos: Chris, Brittany y Lauren y lleva, además, unas significativas palabras de la autora que enlazan perfectamente con la intencionalidad textual del poemario. Dice así,
Título del libro y dedicatoria que nos dan una clave, de entrada, al contenido que desarolla el texto poemático. Pero eso no es todo. Las citas que siguen a los títulos de los diferentes apartados del libro, y que preceden a los poemas mismos, son igualmente significativas.
Ésta es, pues, la TÚ lírica a quien los poemas se dirigen y quien es la protagonista de todo el libro. Esa tú que en Alborada es una niña, en Primavera aparece con todo el entusiasmo, el fragor, la sed, la delicia y el arrojo de la adolescencia que no considera límites, ni tiempos, ni espacios, sino que celebra con toda libertad, como si fuera a durar siempre, la vida.
O una construcción anafórica:
Y las metáforas:
Porque el verso es deleite. Deleite en la lectura, deleite en oírlo. Particular mención merece también la disposición tipográfica de los versos y la carencia casi total de puntuación en las tres primeras secciones del libro, que son sin duda las secciones más vitalistas y apasionadas.
Pero así como aparece la mujer en su dimensión erótica, también se nos sugiere la mujer-naturaleza, usando de nuevo construcciones anáforicas y polisíndicas de exitosa expresividad. Ejemplo:
Está también, como no podía ser de otra manera, la mujer como potencial de vida:
Las dos últimas secciones del libro suponen el lado oscuro de todo lo que había sido celebración luminosa del ser, y del ser en femenino. Ahora, es otra la situación:
La premonición de tiempos oscuros y tristes y angustiados late en los poemas de estas secciones. Nótese la eficaz aliteración de estos versos.
Invierno sitúa al lector en el polo opuesto de la luz vibradora y entusiasta de futuros, que informaban Alborada, Primavera y Estío. La voz lírica está ahora surcada por el miedo, el desaliento, el desamparo, y el recuerdo doliente de ayeres mejores. No obstante, el control, la entereza, la dignidad, se yerguen en medio del silencio y la soledad, para darse los ánimos necesarios:
En suma, se podría decir que El hambre de la espiga relata una historia amorosa de un TÚ lírico femenino, que va desde la alborada de la infancia al crepúsculo de la vejez. Y es también, una meditación de la condición humana a través del ser y el sentir de una mujer. Poemario apasionado y sobrio que nos ofrece Amelia del Castillo y que rezuma hondura, sensibilidad y sabiduría.
GARCÍA-RAMOS, REINALDO.- Poeta, editor, escritor.
Amelia del Castillo, autora de una de las obras más reconocidas de la poesía cubana del exilio, acaba de publicar este hermoso cuaderno en la Colección Contemporáneos,
de la Editorial La Torre de Papel, de Coral Gables.
Del Castillo ha recibido numerosos galardones, entre ellos el Premio Cátedra Poética Fray Luis de León, de la Universidad Pontificia de Salamanca, por su libro
Agua y espejos (1986), y ha sido incluida, como era de esperar, en las más destacadas antologías de poesía cubana. En la página 18 de esta entrega de
DECIR DEL AGUA figura uno de los poemas incluidos en este, su más reciente libro.
GONZÁLEZ CRUZ, LUIS.- Poeta, novelista, dramaturgo, profesor. (The Pennsylvania State University)
De las múltiples cuestiones que trata Amelia del Castillo en su amplia obra, hay dos que ayudan a definir su persona poética: la pesadumbre que provoca en el ser humano
la conciencia de estar vivo, sujeto siempre a lo impredecible —el angst de los existencialistas, entre otros— y la voluntad de la poeta de vencer las limitaciones que le impone
el medio circundante.
Allí nos muestra a un ser humano (a la larga ella misma) indefenso ante las adversidades que le presenta la vida, vulnerable, acongojado, efímero y fugaz como una
mariposa.
Aludiendo más directamente a su persona, la escritora se nos muestra repetidamente en un perenne desajuste con el orbe que la rodea. Resuelve entonces enmendar las
imperfecciones del cotidiano vivir, del universo conocido que pretende entramparla. Ese mundo, que ella considera anómalo, ha de servirle, sin embargo, como punto de
apoyo para dar un salto ontológico, para encumbrarse o empinarse. En “Confesión” aclara: “Estoy, / tan llena de mí misma que ando sola. / Estoy, / Señor, pero no alcanzo
/ la estatura del pájaro [...] / Estoy, / Señor, y necesito / un pedestal de luz para empinarme” (Pág. 12). En “Centinela” nos muestra la zozobra “del grano de arena condenado
al desierto” (Pág. 13), que alude al confinamiento que sufre ese grano al estar rodeado por la vasta arena del desierto. Es evidente la referencia al disgusto que causa ser
una cosa entre muchas otras iguales, un grano en medio de infinitos granos, y no poder distinguirse. Puesto que su salvación estriba en ser capaz de sobrepasar la inmediatez
allanadora, se inventa una meta-realidad donde prima de nuevo lo ascensional para alcanzar un sitio donde no existan artefactos que midan el tiempo y morar allí
eternamente: “No quise humedecer tu luz / y del costado me arranque una rosa / (mi costado de sal) / y del vacío me inventé una torre / con música y palomas /
y verdes y ventanas... / (sin relojes)” (“Por dentro”, Pág. 15).
El intento es arduo, fatigoso y no muy bien mirado o recibido por los comunes granos de arena humanos que la rodean. La poeta, que en su afán de ascender se manifiesta como un ser excepcional, habrá de recibir por ello el desprecio de “los otros”. Concluye: “Empinarse, / empinarse sabiendo que te escupen, / que te aplastan y quiebran las hormigas” (“Y más”, Pág. 18). No obstante, logra su propósito, como un demiurgo que, en su particular cosmogonía, comienza a dotar el universo recién creado de su propia idea de la belleza y la perfección después de trascender el espacio imperfecto donde le ha tocado vivir. Así se proyecta: “¿No la ves empinarse hasta la cima / como un pájaro ebrio de alborada? / ¿No la ves abrazarse al horizonte / vistiéndolo de luz y de poesía?” (Pág. 51). Consigue, pues, abandonar el peso causado por la humana gravedad limitadora mediante el ejercicio de su propia voluntad, justamente lo opuesto a la pasiva “iluminación elevadora” del místico. Apunta en “De pie”: “Si estoy de pie / es porque me levanto, / porque me empino / más allá de mi asombro y mi estatura / porque no aliento cicatrices / ni fantasmas, ni pasado” (Pág. 55)
Quizás uno de los motivos del medular desconsuelo que advertimos a través de las páginas de este libro sea la ruptura física que impone el exilio entre la escritora y su tierra. Si la poeta se siente fuera de lugar en el mundo ramplón que la rodea, se habrá de sentir doblemente desubicada por no poder siquiera vivir en el suelo donde nació. Este “complejo de apátrida” se convierte en condición esencial de su existencia dolorida. En “Extravío” declara: “Extranjera de siempre, peregrina; / ausente en el camino y del camino ajena. / Extraños el silencio, las voces, el sonido / del viento por mis huellas. / Y mis huellas extrañas / y extraño todo, todo. / ¿Hacia dónde mis pasos? / ¿El Norte por qué rumbo? / Y los rumbos iguales y mis pasos extraños / y extraño todo, todo” (Pág. 34). La poesía de Amelia del Castillo, personal, calculada, precisa y libre de estridencias, acaba por “empinarse” y “elevarse” desde su particularísima verdad hacia el reino de existencia superior al cual debe llegar la obra de todo auténtico creador.
GONZÁLEZ ESTEVA.-Poeta, escritor, periodista.
Querida Amelia:
Muchas gracias. No tengo que decirte, porque ya lo sabes, con cuánta nostalgia y gusto recuerdo las tertulias en tu casa. Tanta hospitalidad, tanta fraternidad,
tanta gente buena reunida, tanto amor a lo que lo merece, ocupan un lugar luminoso en mi memoria.
Un abrazo,
GONZÁLEZ LÓPEZ, WALDO.-Poeta, ensayista, periodista, crítico teatral y literario.
Confieso que solo vine a saber de la feraz existencia de la notable escritora cubanoamericana Amelia del Castillo —cuyo nombre me evoca la de otra poetisa cubana decimonónica: la camagüeyana Aurelia del Castillo (1842-1920), autora además de fábulas, leyendas, crítica literaria y libros de viajes— a los pocos meses de mi llegada a Miami, pues en Cuba jamás supe de ella, tal suele suceder desde 1959 con los creadores que vienen al exilio miamense u otro ámbito, y, desde ese momento, son “ignorados y olvidados”, parafraseando el relevante título ensayístico del poeta, narrador y traductor colombiano Jorge Zalamea (Bogotá, 1905-1969): La poesía ignorada y olvidada (Premio Casa de las Américas, 1965).
“ Siempre he pensado que sobran notas y aclaraciones en un libro de versos; sin embargo, me atrevo a incluir estas líneas sobre la traducción de los poemas. Pude dejar esa tarea a un poeta norteamericano, pero temí que la influencia de su propia literatura le hiciera perder el matiz de mi poesía. Espero que mi voz les llegue en esta personalísima versión de Fugacidad del asombro”.
Tras una lenta e incisiva lectura del cuaderno, descuella el intimismo y la fibra lírica que enriquecen sus versos, cualidad de otras poetisas cubanas de su promoción de “la otra orilla”, con las que seguramente no tuvo contacto, salvo quizás en el caso de dos: Carilda Oliver Labra y Pura del Prado, a quien dedica su atinado ensayo «La voz poética de Pura del Prado», en su volumen de crítica Palabras al vuelo (también publicado por Ediciones Baquiana, Colección Senderos de la Narrativa, 2012), a la que asimismo dedica otros momentos en «La Isla en tres voces femeninas del siglo XX» y, en «La libertad en voces femeninas de la literatura cubana a cien años de la instauración de la Republica»; mas solo advierte la existencia de otras en el siguiente párrafo del capitulillo La República: «Preciso es mencionar las voces de poetas que optaron por quedarse en Cuba, bien aislándose, bien acogiéndose al lamentable status imperante en la Isla: Serafina Núñez Josefina García Marruz, Carilda Oliver Labra, entre otras.»
A lo largo de su cuaderno (dividido en tres secciones: «Umbral», «Poética» y «Presencia»), Amelia emplea temas recurrentes: el asombro (cuya fugacidad le sirve de título), el tiempo, el olvido, el recuerdo, Dios, el perdón, la luz, el silencio, misterio, el tedio, la soledad, la ausencia, la muerte, como asimismo la dupla ‘júbilo y fuga’, para decirlo con el título de uno de los poemarios de Emilio Ballagas, con quien coincide en las «afinidades electivas» que decía Goethe.
Otro rasgo de interés es la utilización de dos recursos también empleados por este crítico-poeta en sus textos: los títulos son, asimismo, los primeros versos de cada poema. Con ello, ofrece fluidez y continuidad a la lectura; como las preguntas a sí misma, que, tal un constante flujo y reflujo de introspección caracterológica, dan pie a un monólogo y diálogo a la vez.
En la estrofa final, se expande el sentir inicial, y confiesa con lirismo y verdad:
Solo dos páginas adelante, propone un soneto, igualmente hermoso por su factura y por la presencia de algunos de sus temas recurrentes arriba mencionados:
Yo la invito a navegar conmigo
Y llega «Si me atreviera», otro texto de indudable valía porque, al asumir las voces de las «míticas mujeres / condenadas a amar, tejer, errar / desde siempre y para siempre», evoca féminas de leyenda: «Ariadna y Penélope y Casandra».Y ya en la segunda y tercera estrofas, como leitmotiv, repite el verso inicial y, a un tiempo, título de su poema:
Justamente el último verso (“Sin saber”), da pie al próximo texto que repite aquél al comenzarlo:
La melancolía retorna una y otra vez a sus páginas, otorgándole una pátina de suave nostalgia que se adentra en el sentir de autora y sus lectores. En consecuencia, nos dirá en el siguiente poema:
(No te engañes. No insistas.
En «Si vinieran por ti», aflora el pasado lírico y real —lecturas mediante— que ofrece el íntimo mundo de «los campos de la ausencia», y la poetisa se pregunta:
Mas, no conforme, insiste en su pedido/exigencia:
Uno de los mejores textos del cuaderno, elaborado con versos-preguntas, es el que, tal un memorándum, resulta acaso un prontuario o guía de vida lírico por sus propias interrogantes y respuestas. Leámoslo:
Y enseguida, las respuestas/propuestas a las que, desde la duda cartesiana, responde la indócil voz poética de Amelia del Castillo:
Le sigue «Qué extraño»: aquí el confesionalismo de la experimentada mujer/poetisa adquiere vasto alcance, al ofrecer sus propias lecciones (praxis), enriquecidas por el dolor del temprano exilio que le hizo abandonar su desde ya lejana Isla, en plena juventud:
De tal suerte, el poemario va narrando/poetizando la dura, pero fértil existencia de la autora en tierra extranjera, donde, a pesar de tanta nostalgia, ella creara una poética a salvo de odios y lugares comunes.Al contrario, su poesía es, justamente, poiesis: creación, auténtica escritura o, mejor: verdad y razón, para decirlo, otra vez, con Goethe e, incluso, también con Goya y sus «Sueños» de 1797.
Por ello, llega el siguiente texto de valía:
Por su firme honestidad y su incambiable dignidad, Amelia ofrece al lector un poema/alegato de genuina cubanía desde esta orilla, donde ella, como tantos otros colegas, laboran, escriben y publican con la necesaria calidad, ausente en otros libros de también otros que han quedado en la Isla, donde, humillándose, deben bajar la cerviz y pactar con el totalitarismo. Por ello, proclama:
En la segunda sección, «Poética», sigue el hilo conductor que guía su verso en Fugacidad del asombro. Ya en el primer texto, el intimismo se acentúa con una aun mayor hondura de su quehacer lirico, gracias a su atinado estilo, definitorio de su propia estética de preguntas y respuestas, que dicen mucho más que ciertos poemas de otros autores.
En «Por retener el canto» (dedicado a su colegamigo Orlando Rossardi), consolida otra suerte de poética que —tal el título de esta homónima sección— resulta una suerte de auto de fe, cuando afirma:
Otro texto mencionable es el siguiente, dedicado a la propia Poesía («sierva de nadie»), de la que se ha ocupado con alta calidad esta valiosa poeta cubana del exilio:
Otro soneto, de algún modo dedicado a su dignidad de cubana y su propio oficio poético, es el que sigue, también de alta calidad:
En la tercera y última sección, «Presencia», la poetisa interioriza aún más su verso que, por su honda religiosidad, lo dedica a Dios y su fiel creencia en él. Valioso texto, de uno de cuyos versos de la tercera y última estrofa, extrae el afortunado título de su cuaderno:
Otro poema, «Pétalo a pétalo», guarda resonancia con uno de los sonetos que le escribiera Antonio Machado a su amada Guiomar (la pintora Pilar de Valderrama), camuflado entre sus «Poesías de guerra», donde escribiera el autor de «Proverbios y cantares»:
"De mar a mar, entre los dos la guerra
Por su parte, Amelia escribe en la segunda estrofa de su texto:
A este texto, le sigue otro de no menor lirismo:
Uno de los poemas más descarnadamente comprometidos con la existencia es «Porque», donde realiza una honda vivisección que alcanza a «la sangre de los muertos». Acaso un cántico/reclamo a la vida, donde «en cada esquina de la ausencia», sobresale la altísima voz de esta cubana, cuyo nombre quedará inscrito en las letras de la Isla, a pesar del silencio a que ha sido sometida durante décadas por haber venido al exilio, desde el que, sin pedir nada a nadie, con su valioso verso, estará y permanecerá en la mejor poesía cubana de las dos orillas:
Sin embargo, quiero concluir estas páginas con un poema que no obstante su brevedad (o por ello mismo, pues como dijo el conceptista Baltasar Belmonte de Gracián (Calatayud, 1601-1658): «Lo bueno, si breve, dos veces bueno»), una vez más evidencia su alta calidad poética. Se trata de «Hoy», en el que la poetisa —elogiada por Agustín Acosta y cuyo poemario Géminis deshabitado prologara Eugenio Florit ahonda aún más su concentrada expresión y nos entrega otro texto de hondísimo confesionalismo, acaso una despedida, solo temporal, ya que su poética y sus libros de crítica merecen continuar apareciendo, para disfrute de sus lectores de varias generaciones.
GONZÁLEZ MONTES, YARA.-Ensayista, Profesora.
El aporte de la mujer en la creación lírica del exilio cubano.
Nuestro proposito es abordar aquí la lírica escrita por mujeres en nuestro exilio. Existen en esta consideración tres factores que individualizan nuestro tema dándoles un carácter único. La literatura que nos ocupa es triplemente minoritaria: por ser escrita por mujeres, por ser creada en el exilio y por ser cubana, siendo paradojicamente escrita fuera de Cuba.
La poesía cubana que se empieza a publicar fuera de Cuba a partir de 1959, constituye una de las manifestaciones más sólidas y extensas de la literatura cubana en el exterior. Constituye una tradición que comienza a establecerse desde el siglo XIX y con la cual tiene que contar cualquier crítico que, más allá de estrechas posiciones ideológicas, se dedique a estudiar dicha literatura con debida seriedad. Dentro de ella los poetas juegan un papel de primera importancia que merece paarticular atención ya que sus obras son el testimonio vivo de experiencias ignoradas por la historia (...)
El caso de Amelia del Castillo es un ejemplo, entre muchos que podrían citarse, de una dedicación coherente al quehacer lírico. Nace en Cuba en 1925. En 1960 se traslada a Estados Unidos. Ha publicado Urdimbre (1975), Voces de silencio (1978), Cauce de tiempo (1982), Agua y espejos (1986), premio Cátedra Poética Fray Luis de León de la Universidad Pontificia de Salamanca, Las Aristas desnudas (1991), finalista del Premio Letras de Oro de la Universidad de Miami y Géminis deshabitado (1994), finalista del premio Carmen Conde de 1992.
Enemigo de nuestro propio ser se alza este otro “yo” que parece oponerse totalmente a ella. Amelia del Castillo nos descubre el “yo/ella” que la integran.
A partir de la década del ochenta hasta el momento se unirán, a las poetas ya mencionadas, otro grupo de mujeres poetas con nuevos aportes, que extienden considerablemente el carácter de una contribución a la lírica cubana que no se detiene y que se vuelve, decididamente, un hecho permanente.
JIMÉNEZ, LUIS A.- Profesor, crítico literario.
El silencio en la voz poética de "Las aristas desnudas" de Amelia del Castillo.
Sin llegar a definirlo, el silencio absoluto no existe porque si el sujeto pensante no habla todo el tiempo, por lo menos, en su mente siempre se está reproduciendo un monólogo interior. En otras palabras, lo que no se dice oralmente implica que se está diciendo algo desde una voz interna que obviamente carece de discurso.
También el silencio constituye una inmensa fuerza o poder que, sin decir nada, puede desarmar y destruir al hablante en continua comunicación con su oyente que, a veces, no tiene intenciones de escuchar nada. Algo similar ocurre con cualquier sujeto auditivo, pero que no quiere escuchar, se resiste y calla o con el reo acatador de su "derecho a permanecer silente".
Contemplado desde esta órbita linguística, el silencio es una función vital del acto discursivo y, como parte de éste, produce voces cuyos significados se pueden leer en la página escrita o en la oralidad de la vida cotidiana, Por ejemplo, cuando se cesa de hablar en la iglesia, un concierto, museo o conferencia, se indica que se está creando un espacio místico o simplemente estético conducente a una futura oración, conversación, debate o escritura. De ahí que tanto el silencio como la voz aparezca con frecuencia en el texto literario. Ambos, se corresponden mutuamente, y operan como tropos del lenguaje: mientras uno habla, el otro escucha y viceversa. El propósito de este ensayo es analizar cómo el silencio y su correspondencia linguística con la voz se articula artísticamente en Las aristas desnudas, poemario de la escritora cubana Amelia del Castillo.
Antes de iniciar con el estudio del discurso poético de Amelia, conviene aclarar que los teóricos de la lengua coinciden unánimamente con el hecho de que la buena literatura reta el concepto del tiempo y el espacio, a favor de una fuerte dosis de silencio (Bruneau 22). Su imposición retórica en la escritura refleja la ambiguedad del lenguaje. Por ello causa cierto movimiento metáforico y paradójico de la palabra (Scott 155), alegórico como en el caso de la obra de San Agustín (Mazzeo 175-96) o místico en contacto directo con Dios (Jaksen y Stech 14-18). Puede convertirse en "La voix du silence", título de un libro sobre el arte de André Malraux, en Voces de silencio (1982), sugerente poemario de la propia Amelia o ser parte de la doctrina existencialista que sagazmente describe Jean Paul Sartre en "Situations" (Kahn 204-206).
Las aristas desnudas (1991), según la autora y coincidimos con su opinión, es el poemario donde más se lee sobre el silencio. De los cincuenta poemas en verso libre, recurre en una veintena de instancias líricas para ser más precisos. Si se repite frecuentemente resulta debido a que la repetición en sí sirve de pauta al silencio como en búsqueda de una respuesta incierta, proposición lógica si se examina con detenimiento toda la obra de la autora cargada de incuestionables interrogantes. Con la pregunta y el silencio que le acompaña, las palabras pesan más y se palpa el significado anímico de lo dicho con mayor carga como sucede en la letanía del poema "Credo". En el texto, la hablante, actuando también de oyente, repite un encuentro místico ante la omnisciencia y silencio del Creador:
Pese a este credo artístico, que conlleva un doble mensaje de difusión poética y telúrica (la Isla de Cuba), se sobreentiende que nadie está constantemente a la escucha del hablante. Por lo tanto, se intenta la ruptura del silencio por medio del socorrido uso de las "voces repetidas / este gritar al viento" que observamos en otros poemas como "Andando" y "Extravíos" donde la peregrina escucha las "voces" y "el sonido del viento".
Por un lado, la referencia al guardia como agente enunciativo sugiere la protección preventiva de un enfrentamiento entre la voz que se aparta del discuro y la abstinencia linguística que predomina en éste.
Por otro lado, en un segundo nivel de lectura casi triunfa el silencio ya que sólo se emite un grito sin conclusión que se oye en el vacío bajo la mano del miedo, Este recurso metafórico subrayado es ambivalente porque el terror puede conducir al grito lo mismo que al silencio, paradójicamente visible en la "voz silenciada" y el "verso silenciado" que observamos en Las aristas desnudas. Sin embargo, mediante el mismo signo gutural y al extremo de lo paradójico, reaparece en el poema "Lázaro":
En relación con el miedo perenne, se necesita hablar de él porque es ingrediente concurrente en el poemario. A diferencia de la cultura oriental en la que el silencio forma parte indisoluble del ejercicio de la mente, el cuerpo y el espíritu, en la occidental se convierte en el lenguaje oral o escrito del amor, la ira, la sorpresa, la ansiedad o el miedo mismo. Todas estas reacciones anímicas e innatas en la persona literaria hacen su aparición en Las aristas desnudas donde el silencio juega un papel tanto cognoscitivo como afectivo. En "Cuenta nueva", por ejemplo, detrás del amor surge el vacío que se expresa sonoramente por medio de una campana. Este signo repercusivo da paso a la repetición de la voz interior que exterioriza mediante voces y silencios una gama de emociones e inquietudes metafísicas:
Además de la ambiguedad en estos versos, se refleja la típica paradoja de la hablante poética porque el grito indica la existencia de un sonido que se intenta decir. En el poema se complementa con la dialéctica del silencio matafóricamente ensamblada mediante la mano del miedo. Y en consonancia con la sonoridad expresada, en "Centinela", ante la presencia del guardia, se oye un "eco" que perfila la angustia "afilada y desnuda del silencio (en el) desierto" que el sujeto lírico experimenta. De hecho, en esta instancia discursiva la imagen acústica del "eco" contiene el efecto de un sonido lejano y repetido, la polifonía que se percibe. Por esta razón, se vale del “silencio”, espacio físico asociado a la soledad y el silencio.
La voz interior y, lo que es más importante, la inexistencia de un silencio absoluto insinuado al principio de este ensayo, reaparecen en el poemario de Amelia como “el grito sin voz que nos duele por dentro”. Aparte del obvio contrasentido, las voces internas que se oyen en el texto delínean un silencio escrito e impuesto por el sujeto parlante que también evoca la soledad en dos poemas claves de Las aristas desnudas como se verá más adelante. El hecho de estar sola se manifiesta como una separación de las relaciones sociales para mantener la preservación de la privacidad. La soledad promueve el silencio mental con mayor magnitud pero no se ajusta al sentido semántico de la pabra silencio: la hablante, como cualquier ser humano, puede estar hablando o cantando en confinamiento solitario. Pudiera también estar enfrascada en un “Monólogo” o “Sololoquio” (Cauce de tiempo) porque la autora, inclinada a este prodedimiento retórico, lo mediatiza como título en dos de sus poesías.
Hay, por lo tanto, cierto enfoque posmoderno por parte de la autora cubana de incorporar el clásico monólogo a su escritura poética. No es de extrañar tampoco que a menudo se inspire y cite en su discurso poético a Dulce María Loynaz, una de sus fuentes inspiradoras y máxima exponente de voces y silencios.
Otro gesto metafórico relevante en el poemario es “la jaula del silencio”. Resulta significativo, porque se relaciona con la polivalencia simbólica del ave, que recorre con sus alas poeticas no sólo Las aristas desnudas, sino toda la obra de Amelia (palomas, golondrinas, cuervos, avestruz, ruiseñor). Al encerramiento linguístico y voluntario de la hablante lírica se contraponen la música (Amelia es aficionada a este arter) y el canto de los pájaros. Por eso, se logra escuchar un “rumor de alas” que repercute en el espacio literario. Al mismo tiempo, se resume la fórmula poética de la autora: “la lira, el verso y la palabra / tu voz silenciada está despierta”. Entre murmullos ensordecedores, la música, la poesía y el lenguaje se acoplan con ingeniuosidad estética en este trozo discursivo.
Además de texto literario, Las aristas desnudas podría considerarse el perfecto muestrario de sicolinguística experimental debido al dominio técnico y temático con que la autora correlaciona el inexorable concepto del tiempo con el silencio y los estados del alma. Aparecen siempre acoplados a la palabra, el verso y la voz, o sea, a la comunicación linguística. La hablante poética reflexiona sobre la brevedad de la existencia marcada por el “mordisco del tiempo” y “la sangre del tiempo”, hasta enmascararlo bajo la “túnica del tiempo”.
Estas líneas recogen la insistencia en los relojes, que sobresalen tres veces en el libro y en otras obras de la escritora. Citemos de pasada los “relojes y silencios” de Cauce de tiempo. Con o sin silencio, el reloj fija la cronología, marcando las horas sin cesar, pero más efectivamente en el poema deja la huella ineludible del tiempo. Visto desde este contexto, “la voz del tiempo largo” clava en los “aguijones del ayer”, en el “aguijón del recuerdo” y en los “hilos del recuerdo”. Lo mismo se podría afirmar de la cultura cronológica actual donde el silencio es el lenguaje del tiempo y viceversa. Se representan con el símbolo del “oro”, la economía de la palabra o la “metáfora generativa” en la terminología de Ron Scollon.
Como la hora del reloj en el poema X, la concha en espiral inexplicablemente aleja cada vez más la temporalidad del centro del discurso. Con movimiento centrípeto se desplaza a la “orilla del tiempo”. Igualmente sin explicación, la telaraña de silencios” y las “luces del silencio” que la “mirada azul contempla” se quiebra en el “silencio azul de la palabra”. Al resumir con este conjunto sinestésico, se comprueba que Amelia del Castillo, y su sensibilidad poética acusada por el destino, manejan con destreza discursiva el arte colorido, acústico y palpable del lenguaje.
En conclusión, hablar del silencio en la poesía de Amelia del Castillo, y en especial en Las aristas desnudas, implica admitir la presencia de una voz lírica que lo reproduce gráficamente en la escritura. Aunque parezca paradójico (y lo es), la autora se vale de dos tropos tan disímiles porque realmente necesita escribir sobre el silencio, componente riguroso de su producción literaria. Y la representación textual del mismo le permite al destinatario de su obra leer, oír y palpar lo que sin reservas la poeta desea expresa. De ahí, esa dialéctica muda (o sorda) de voces silenciadas y gritos sin voz con la que tenemos que bregar al examinar un discurso poético sumamente comunicativo. Una vez escrito el texto, el silencio desaparece y se resuelven lan antonimias y paradojas trazadas en él, en pos de la desnudez del lenguaje.
LAMADRID, LUCAS.- Poeta.
del Castillo, Amelia, Voces de silencio,
La reseña de un libro tiene por objeto su análisis y crítica, y -según el caso- la recomendación al público para que lo lea, o se ahorre el disgusto de leerlo, pero es que Voces de silencioes un poemario extraordinario; explotó ya -por así decirlo- en 1978 y muchos de sus versos se han reproducido en Círculo Poético, Diario las Américas y otras publicaciones de Hispanoamérica y España. El querido Fernán de la Vega incluyó algo de este tomo en uno de sus leídos y apreciados "Pim-Pam-Pum". Nada específico me queda por comentar sobre el mismo como no sea su significación dentro de la evolución general de la poesía de Amelia del Castillo.
Los poetas cubanos que emigramos ya adultos trajimos las taras de las distintas escuelas literarias que se sucedieron o coexistieron en nuestra patria durante las últimas cuatro décadas que precedieron a la revolución de 1959. (Alguna vez, con más tiempo y espacio disponibles, me extenderá sobe el tema). Y Amelia -una de las más jóvenes en el grupo de adultos a que me refiero- vino con su formación tradicional y el recato expresivo de su origen y de sus hábitos estéticos. Y publicó Urdimbre (99 páginas) en 1975, una selección de poemas -algunos de su adolescencia- que demostraba el dominio por la autora de todos los resortes de la versificación y algunas cosas más, como -por ejemplo- una audacia de imágenes ("sabe que estarás en mí/ cuando a tus fantasmas vuelvas" - "barca sin rumbos en mi herida abierta" - "apretada de nudos/ suelta y enraizada"); un erotismo intenso, pero nunca "clitórico" -para usar un término brillante de Carlos Alberto Montaner- sino como olorosa exudación de su delicada feminidad ("tu caricia despierta va desandando trillos"). Es tan nítido y delicado el erotismo de Amelia en estos versos de juventud, que nunca se manifiesta más atrevido que cuando lo ofrece a las manifestaciones de la Naturaleza (" te espero, mar.../ Cuando mi sombra vuelva del olvido/ y tu rumor se acalle/ me acostaré en tus simas para dormir contigo")
En la técnica creacional Urdimbre es un muestrario de recursos poéticos; no sólo en el manejo de las formas tradicionales, sino eventualmente con audacias polimétricas bien combinadas. La temática es eiempre subjetiva: la vibración interior de la poetisa. No obstante, hay dos poemas anecdótico-descriptivos de calidad antologable; uno es el agua fuerte "Fiesta negra" -de franco tono lorquiano- y el otro la acuarela sosegada de su adolescencia "Soneto de todos los días" -de rigurosa factura clásica-. Urdimbre muestra una verdadera poetisa, y la promesa que contiene alimenta el anhelo de un próximo libro. Dos años después -en 1977- se publica Voces de silencio.
¿Debe entenderse que es una colección de versos de la poetisa escritos en ese período de dos años transcurridos desde Urdimbre? No. Los iniciados en esa Magia indescifrable de la creación poética saben que la integración de un poemario no tiene que ser necesariamente cronológico. Un poema no nace cuando se escribe, sino cuando el poeta lo libera y lo canta o se lo grita al mundo. Baste la afirmación de que es, en conjunto, un poemario mucho mayor que Urdimbre. Su temática es igualmente subjetiva. La feminidad de la autora es la misma, sólo que ahora más madura y más sobria ("me he entibiado de lunas y de auroras"); el erotismo menos exhuberante, pero quizás más intenso ("sé en mi surco raiz/ que brote de mí misma/ y me alcance hecha luz o enredadera" - "Lávame con tu llanto, vísteme con tu risa,/ déjame entre tus cosas/ olvidada en tus sueños" - "Deja que mis caminos acaricien tus huellas"); las imágenes menos profusas, pero más vigorosas y originales ("... las cenizas arden recordando a sus muertos" - "...la nieve en una blanca soledad compartida"). Hay en este poemario un reflexivo estreno de palabras; verbos como "jinetear las olas", o "se humedece el recuerdo y se esperanza", y adjetivos como "en pasto magnánimo y sencillo". En el orden ya específicamente creacional, el verso polimétrico es mucho más despreocupado de cadencias y, por supuesto, de rimas; llegando a una forma perfectamente libre en un pequeño cuanto bellísimo poema de adiós a un amigo muerto ("la sombra atrás, siguiéndote en la sombra:/ anticipando el vuelo./ Y tú en el vuelo conquistando espacios,/ abrazado a la luz,/ alcanzando horizontes.../ Liberado de sombras y caminos").
Voces de silencio es obra de absoluta madurez, que permite exclamar a la poetisa en uno de los últimos poemas del libro, con seguridad profesional -si es que este calificativo puede usarse en Poesía, y yo creo que sí- "mi poesía soy yo/ atada al polvo, al vendaval y al cielo".
Ahora bien. ¿Se libra Amelia del Castillo de todas sus "taras" estéticas -aquella a que aludo al comienzo de esta nota crítica? No del todo. Es muy difícil romper con nuestra genealogía literaria. Para ello necesitaba Amelia de un poco más tiempo y, acaso, de otro poemario. Pero lo logra plenamente en Cauce de tiempo, todavía inédito y en el que, por lo tanto, no debo entrar ahora. Lo menciono porque su existencia ya es pública: le fue conferido hace un año el premio "José María Heredia" de la Asociación de Críticos y Comentaristas de Arte, de esta Ciudad. ¡Aguárdenlo! Pero lean, mientras tanto, Voces de silencio para que se identifiquen con su "callar a gritos" que dijo Orlando Rossardi, otro gran poeta.
LÓPEZ CRUZ, HUMBERTO.- Escritor, ensayista, profesor,
La contemporaneidad político-social en un cuento de Amelia del Castillo,
La escritora cubana Amelia del Castillo, quien se ha distinguido a través de su carrera literaria por la publicación de múltiples poemarios, ahora nos entrega una colección de cuentos agrupados bajo el título De trampas y fantasías. No obstante, no podemos caer en la trampa de presuponer que esta es su primer cita con la narrativa ya que la poeta ha publicado cuentos con anterioridad apareciendo los mismo en revistas y antologías; sin embargo, esta sí es la primera vez que del Castillo decide publicar su cuentística dentro de un mismo volumen.
Ahora bien, el propósito de este trabajo es analizar la contemporaneidad político-social de uno de los cuentos insertados en De trampas y fantasías, o sea, me refiero a “Un bote a la deriva”. El epígrafe de este cuento, ( De gusanos y cacerías), es bastante significativo si lo relacionamos con la actual situación política en Cuba. Siendo gusano el término peyorativo con el que se denomina a cualquier individuo opuesto a la dictadura imperante y conociendo la cacería que se lleva a cabo contra cualquiera que intente abandonar la Isla, no sorprende que del Castillo nos anticipe un relato donde la narrativa refleje un día cualquiera de la Cuba contemporánea. Es la cacería que sufre, con la que se acosa a cuaquier individuo que no comulgue con la doctrina oficial. No hay más que repasar la prensa local para informarse de la cantidad de cubanos que intentan abandonar la Isla clandestinamente e ingresar en los Estados Unidos del mismo modo (repasar el texto de Catherine Moses, "Real Life in Castro´s Cuba", donde la autora recoge testimonios del pueblo cubano además de sus dos años de experiencias durante su estadía en la sección de intereses de Estados Unidos en La Habana durante la década de los noventa).
En su cuento, del Castillo capta un instante en un albergue de labores agrícolas: “una centena de hombres pagando por su derecho a la libertad”; aquí trabajan gusanos que han pedido salir del país y que para lograr tan ansiado permiso se les impone antes acumular cierto tiempo realizando dichas labores.
Hasta aquí la narrativa puede compararse y confundirse con una noticia redundante en diarios nacionales e internacionales. Este es precisamente el logro del cuento: del Castillo reproduce la realidad cubana de modo que el cuento expone una denuncia y al mismo tiempo deja constancia de un éxodo no documentado explícitamente que ha dejado incalculables muertos en las agua del Estrecho de la Florida. La autora parte de la realidad para crear su literatura; la narrativa responde al caos existente en la Isla y a la resistencia del individuo de continuar siendo parte de un régimen totalitario.
Otro punto que merece singular atención es la traición que enfrenta el lector en el cuento. El pequeño grupo de tres hombres que intenta huir cuenta con un traidor como uno de sus elementos. Es necesario reflexionar sobre la veracidad ficcionalizada de este fragmento del cuento. Si recordamos que en 1996 las autoridades cubanas derribaron dos avionetas de “Hermanos al Rescate” acusándolos de volar sobre aguas territoriales cubanas, también podemos recordar la deserción de uno de los integrantes de dicha organización humanitaria pocos días antes de la tragedia. Del Castillo continúa yuxtaponiendo la realidad cubana con su creatividad literaria: “Antonio se alejó. Quería, necesitaba estar solo. Pensar, ordenar sus ideas y, sobre todo, escarbar en aquella desconfianza que le crecía por dentro. El lector que esté informado sobre la realidad cubana presiente que la trama lo va a llevar por un terreno conocido teniendo el fraticido como desenlace.
El cuento de del Castillo encaja bajo esta propuesta si se considera que la destrucción del individuo por el sistema que lo oprime es la causa de llevar a cabo la denuncia. Si esta premisa es aceptada, entonces es fundamental llevar a cabo una lectura regresiva donde la consecuencia de la acción sea el propósito que rija el cuento. La actualidad de “Un bote a la deriva” se hace evidente ya que el sistema social que impera en la Isla aún está vigente; la realidad social que antes apareciera como telón de fondo para darla paso al conflicto de los personajes, ahora se presenta como actante ofeciendo una lectura tan agresiva como resistiva. Esta multiplicidad discursiva del relato valoriza el cuento en su estructura y ofrece una pluralidad de aproximaciones que de otro modo no hubiera sido posible
Para concluir, el artículo periodístico de Cancio Isla, “En el misterio la suerte de cinco inmigrantes”, se coteja directamente con el final de “Un bote a la deriva”. La oración final puede establecer la intersección entre la ficción y la realidad. Después de ametrallar a los que intentaban dejar atrás las costas cubanas, la voz de la autoridad exclama: “Dos gusanos menos. ¡Vámonos!”. La realidad cubana vuelve a imponerse en el texto alertando sobre dos vidas más que ha cobrado el éxodo clandestino. El cuento de del Castillo resume en breves páginas una historia de resistencia que por su autenticidad se enfrenta y reta al régimen dictatorial de la Isla. La contemporaneidad del enunciado alertador, devenido ahora en denunciatorio, no podía ser más oportuna. Del Castillo ofrece una ficción de la que es imposible arrancar la realidad; o tal vez, una realidad con tonalidades de ficción. Queda de parte del lector elegir la definición que más se aproxime a su visión crítica.
MONTENEGRO, CARLOS.-Escritor,
Amelia: Evitando todo suspenso anticipo que considero tu cuento magnífico y el premio recibido justo.
Si yo hubiera escrito SUPERSTICIÓN me diría: "Carlos, "ligaste una quiniela". Pero con eso no satisfago lo que me pides: mi opinión, y te la daré, valuándola con las limitaciones que se pueden deducir de lo que te dejo dicho.
Déjame para explicarme mejor que me interfiera en tu cuento a mi costo. Hablo como doliente. En un cuento mío (La ráfaga) una madrugada se anuncia con un rayo de sol que tramonta las montañas distantes, rielando en un valle que aún permanece en sombras. Así se publicó el cuento y fue preciso que tiempos después, presenciando una madrugada en el campo, comprendí mi error. La claridad en el campo y más en el trópico, precede al rayo de sol. Lo había usado para hacer visible al protagonista. Fue después de aquella experiencia que mejoré el relato sustituyendo el rayo de sol con una ráfaga de viento que al final (¿¿?? inintelegible) protagonista la narración (y de ahí el título).
En SUPERSTICIÓN no hay falla y en cambio una precisión que te avala como sagaz observadora. Esa claridad de arriba a abajo, esos grises en rumbo. Es para mencionarlo entre admiraciones. Tú en el tercer párrafo esclareces nítidamente al sujeto con otro acierto, para mí novísimo, el de no nombrarlo, sólo por acción: "Encorvó el lomo y se estiró lamiéndose el hocico". Así ¡ya está! Eludes lo sobrante con maestría. Está el estallido, la leche derramada y la objetividad definitiva en la exclamación "¡Maldito gato!". Das el primer paso para desarrollar el tema de la superstición en el retrato del segundo sujeto: "Era cuadrada" (uso el mismo término para describir un personaje de mi cuento DOCE CORALES) y añades un nuevo elemento de superstición al referirte a los ojos de la mujer: "Uno de llos visiblemente desviado". La continuación con el mismo acierto: "La miró fijamente, con esa intensidad felina que se hace extrañamente verde, amarilla a veces, casi transparente".
Así podría hasta el final reconocer tus aciertos, como en los diálogos que aluden a lo "comprometido", tan difícil de lograr sin caer en la propaganda.
Entra en juego el "Martes 13" y el parloteo de la multitud y el miedo y el preciso fin del "lider"… Así podría seguir comentando cada linea de tu cuento, llegando a la conclusión que nada hubiera podido privarte del premio.
PAZ, LUIS DE LA.- Escritor, columnista.
Palabras al vuelo.
A lo largo de sus vidas, muchos escritores ofrecen charlas, dictan conferencias y abordan temas que no son propiamente lo esencial de su obra, como pueden ser la poesía, la narrativa o el teatro, pero que de alguna manera les permiten exponer sus ideas y reflexionar sobre temas muy puntuales. Algunos escritores también deciden poner en orden esas intervenciones y las ordenan en un libro. Eso es lo que ha hecho la poeta y narradora Amelia del Castillo Martín con Palabras al vuelo (Ediciones Baquiana, 2012), una recopilación de diecinueve trabajos, la mayoría de ellos presentados en distintos eventos culturales.
Del Castillo abre destacando el impacto que tuvo la poesía de Walt Whitman en el poeta y patriota cubano José Martí, citando de este último algunas frases sobre la grandeza del escritor norteamericano. Del Castillo también se adentra en la obra de Alfonso Reyes, al que cataloga como uno de los escritores “más brillantes y completos de Hispanoamérica".
En esta temática del destierro, destacan las palabras pronunciada por la autora en Rutgers University, en New Jersey, en 1988, durante el encuentro "Fuera de Cuba/Out of Cuba", donde realizó un sólido recorrido por la literatura y el exilio, que llevaba implícito un llamado a la libertad. En fechas más recientes, en el 2001, durante el encuentro "Cuba en la distancia", celebrado en Cádiz, España, Amelia del Castillo expuso en "Entorno a la censura y autocensura en escritoras cubanas del exilio", donde se refería a la censura que obliga a mirar más allá del yo violado y del horizonte ajeno: la censura que conduce al exilio.
Todos los trabajos que integran este volumen, tienen una fuerte función didáctica e informativa, que seguramente apreciarán muchos por la manera en que se resaltan los valores estéticos de figuras literarias, algunas de ellas ya casi olvidadas. Textos amenos, lejos del aburrido academicismo, textos que van de la mano de la sensibilidad de una poeta.
PERERA, HILDA.- Escritora, profesora.
Resulta infrecuente, aunque no insólito, conocer la obra de un autor al revés: es decir, primero lo últino, y muy posteriormente su iniciación literaria. Esto, que acaba de ocurrir
con la aparición de un delicado libro en ilustración y texto, Agua y espejos de Amelia del Castillo, ilustrado por Canovaca, sitúa al crítico ante la necesidad de descartar
impresiones que en él hayan dejado sus libros posteriores, para ir al encuentro del agua fresca que hay en todo primer esfuerzo literario válido. El “nacer tardío” de Agua y
espejos, tiene la ventaja –porque es auténtica—de la introspección y el reprimido cansancio filosófico que engendra el vivir pleno.
Sorpresivamente, no estamos ni ante un libro de indiscreciones eróticas ni ante ritmos o balbuceos tan frecuentes en los que vivieron la adolescencia por los años cuarenta. Ni s
iquiera ante las tantas veces inevitable huella de Juana de Ibarbourou o Alfonsina Storni. Quizá liberada de la tentación de ambas por un acercamiento temperalmental a Dulce
María Loynaz, la poesía adolescente de Amelia del Castillo, contiene junto a la ternura y la entrega, los atisbos de la mujer que intuye o conoce los fueros de su propia
incompartida e incompartible intimidad.
Curioso también resulta, la contraposición de los sonetos Alfa y Omega, incluidos a posteriori, con el resto del libro. En Alfa vemos a la propia autora echar una mirada
nostálgica sobre el sentir de los vesos que siguen y recuperar aquel instante, ya lejano, en que sentimos, de modo irrecuparable, ese amor.
Sin embargo, ya desde el primer poema el escalofrío de una premonición enturbia el “día marinero” con “no sé que augurio de tormenta”. En el poema II, la adolescente
mal identifica su “soledad despierta”, la que, insistente, habrá de acompañarla a través de vida y versos; hemos vito la flor, después del fruto amargo con “desvelo de ti”.
Vocera de una liberación femenina interior, y muy sui generis, el derecho a entregarse reservándose lo intregable, Amelia insiste en un “déjame”, permiso y orden a la vez:
“déjame, amor, probar mis alas”. La lucha entre el deseo de la entrega que anida y protege contre los monstruos incallados de la propia conciencia, y el libre albedrío, surge
evidente en el poema IV. Y hay en él esa curiosa platónica y certera dicotomia rntre el “ser” y el “estar”.
Por primera vez Amelia la capta intuitivamente pidiendo “déjame serte hoy que es primavera”. O sea, el anhelo de transformar lo efímero, De estar en lo imperecedero
del ser. El amado ausente, percibido a través de sus versos, parece quedarle chico en profundidad y angustia, ya que Amelia, con la reiteración de su “déjame”, pedido y oden,
aspira a ser “ala de tu vuelo” para instarle de inmediato: “déjame ser yo misma”, “soltar la mansedumbre de mis velas/ perderme en el hondón de la tristeza”.
Y no es ciertamente esa “chiquilina” que Amelia se juzga la que vibra en los versos de Agua y espejos. Un trazo de pulso firme salva al libro de una posible sensiblería
adolescente. Sin pacataría, sincera, invita al amado a ser “su deagarrón primero”, y reconoce, anticipándose a sí misma, lo “deshabitado de su ancestral tristeza” mientras
inaugura el tema de “cunta flunct”: “mañana es otro viaje, otro regreso/ ni yo misma ni tú/ un péndulo de acasos/ golpeando en la distancia” Muy mujer y sabia en lo perecedero
se apresta a “asirse al hoy de este naufagio/ que nos lleva a los dos.” Pero no es al acontecer exterior, ni siquiera tiempo o azar, al que teme, sino mas bien al escorzo de l
a mujer que engendrara la adolescente; esa de quien pregunta: “¿sabes si el viento largo quebrará mis alas!
El ascenso a mujer espiritual se rompe en instantes de fino y ardiente erotismo por lo que “serpentea en su sangre; “las mareas y galaxias” que le amanecerán en la caricia.
Por momentos quiere negarse a sí misma ante los sueños del ser que ya la acosan por “un hoy inmenso/ echado, amor, junto a tu almohada”. Pero en el poema X vuelve
a sentir un “pájaro de tiempo” que “me aleteará por dentro/ en noches largas” y que “prisionera de siempre, y siempre libre” la atará dolorosa, extrañamente, al tuétano
de su propio ser. De esta percepción profunda, sus anhelos son “en fuga/ reclamándote/ desesperadamente/ desde el azogue gris”.
En el poema XIII XIV aparece claramente planteado e intuido el “ser” permanente y femenino con el “estar” evasivo del hombre, mientras el “seremos”, sabido imposible,
se convierte en verbo esquivo en su gramática.
Una sombra de incomprensión y el mentido regazo del recuerdo se disputan temáticamente los últimos poemas del libro y el pretérito va podando lentamente lo erguido del
rcuerdo. El hombre queda a sus ojos casi culposamente “intacto”, mientra ella alcanza la certeza de que “acercarme al olvido es recordarte”. Y aún duda:
“¿Estás conmigo en el recuerdo? “. Amelia adoslecente siente la ausencia de la niña que se fuga y deshace y quiere dejaarla “fija en el tiempo, casi intacta”, a pesar del
desgarrón de escamas, pero clavada en un presente ya futuro “le duelen las manos de vacío” y termina, haciendo exclamar al dolorido sentir de la incomprensión,
“¡Qué sabes tú de hermanas inquietudes/ y de sueños! / ¡Qué sabes de horizontes enjaulados / y de jaulas abiertas hacia dentro!”. Pero (a) la adolescente, crecida en mujer,
el hombre resulta insuficiente en sueños, por lo que “el agua despeñada se hizo polvo/ dejando cicatrices/ por las piedras”.
En Omega, Amelia del Castillo, del otro lado de la vida, alza su “yo jinete mano y fusta” para terminar dolorosamente cercana a todas las mujeres que hallaron insuficientes
–para su sobreabundancia de sensibilidad y alma-- todo hombre. Y es por esa vía por donde Agua y espejos, que pudo ser sencillo poema de amor intrascendente,
cala en la universalidad de la mujer insatisfecha en su espíritu.
PIÑERA, HUMBERTO.- Pensador, escritor, ensayista, profesor.
Poesía y tiempo
De todas las llamadas "bellas artes", sólo música y poesía son esencialmente tiempo, pues las demás requieren del espacio para manifestarse, como sucede con la danza, la pintura, la escultura y la arquitectura. El espacio es, en consecuencia, la posibilidad formal de todas ellas, como acontece también, curiosamente, con la literatura (drama, novela, cuento). Ahora bien, si todo lo contrario sucede con la música y la poesía, ello se debe a que ambas son, esencialmente, tiempo que jamás se temporaliza -pues esto último es algo así como la "espacialización" del tiempo- sino que, como dice Heldegger, se "temporacían", es decir, que jamás consiguen sobreponerse al tiempo y, por lo mismo, detenerlo, que es el único modo posible de temporizarlo. En otras palabras -para quizá entenderlo mejos-, el puro tiempo sólo se da en la música y la poesía. Ahora bien, ¿qué significa todo eso de un puro tiempo dable sólo en dichas dos bellas artes? Además, ¿por qué semejante privilegio?
Mas si el hombre es esencialmente tiempo, en lo cual consiste su existencia, todo intento de expresarse lo inautentica al espacializarlo, fragmentando y dispersando, acá y allá, la integridad de su ser. Por otra parte, ha de hacerlo para escapar al peso del tiempo, que lo arrastra opresoramente, tirando siempre de él mediante aquello que solemos llamar unas veces recuerdo y otras nostalgia.
Tal es el caso de la admirable poetisa que es, sin lugar a dudas, Amelia del Castillo. Al volver ahora sobre tres de sus libros más recientes: Urdimbre (1975), Voces de silencio(1978), y Cauce de tiempo (1981), advierto claramente cómo esta ¡hija pródiga! del tiempo regresa contrita a la originaria fuente de lo poético.
Pero hay algo todavía más llamativo y es ese momento de impresionante in crescendo, que se expresa en forma de contenido grito:
Estoy casi de vuelta / aunque no me haya ido.
Pues, en efecto, ese tiempo no-sido es el temporalizador de anteriores incursiones poéticas cuya expiación es menester llevar a cabo. Porque, claro está, tal como lo dice en otra ocasión:
He ahí el pecado de la poesía, la rebelión contra el tiempo, y como, desde luego, la pura temporalidad es olvido de sí mismo, preciso es hacer lo contrario:
El tiempo hace y deshace, sin que sea posible soslayarlo, salvo mediante su temporalización -tal como lo lleva a cabo el poeta-. es decir, creándose él a sí mismo en multitud de formas de expresión. De ahí que Amelia pueda decir dolidamente:
Nostalgia de tiempo, de ese "perdido" tiempo en que consiste, al fin y al cabo, todo humano quehacer. Nostalgia de uno mismo, al comprobar que hemos de dejar de ser si queremos ser, y que si no llegamos es porque no salimos. ¿Es así realmente? Amelia parece corroborarlo en esta delicadeza poética titulada "Tedio de todos los días":
ROSSARDI, ORLANDO.- Poeta, ensayista, editor.
Fugacidad del asombro de Amelia del Castillo.
Estamos ante un libro más de poesía, esta vez un libro más de poesía de Amelia del Castillo. Un libro diferente e igual, único y semejante a los libros de la poeta amiga que por tantos años ha prodigado versos y nos ha regalado con ellos –quiéralo o no-- casi todos sus secretos, secretos que los acostumbrados lectores de poesía podemos discernir de todo ese tinglado de que están construidos los poemas para fabricar esa especia de armonía que nos mantiene la vida en su mejor ritmo. Al abrir sus páginas nos leemos en ellas a nosotros mismos, vistos y reflejados en esos poemas que cazan en vuelo el instante vivido y los guarda en el papel para la pequeña historia nuestra y de ella, para que allí quede en ese hermoso naufragio de una página llena de letras que en mágica disposición harán las delicias de lo que llamamos literatura.
Nota intrascendente.
Empezando por el principio que debe de ser todo aquello que comienza por A, como comienza el nombre de nuestra autora A de AMELIA, siguiendo la norma alfabética y con respecto al libro en cuestión, primero, A de ASOMBRO, uno de los dos vocablos de que se compone el título de nuestro libro de hoy, del que dice nuestro diccionario: “Asombro, gran admiración, sorpresa o extrañeza, con sus sinónimos de maravilla y pasmo.” Añadamos además a esto la copiosa tradición que otorga a la juventud esa hermosa facultad del asombro. Unido a éste y presidiéndole hallamos la FUGACIDAD, valga la aclaración de la palabra: “circunstancia de ser fugaz, brevedad, rapidez” (cuyos antónimos son la persistencia y la eternidad), y cuyas diversas acepciones nos dicen de acciones de fugarse, de huidas, de salidas, de escapes y de pérdidas. Una de ellas, la más rítmica equivale a aquella forma musical basada en la repetición sucesiva de un mismo tema por distintas voces.
Pues bien, la poeta ha armado un texto, bellamente editado por Baquiana, de 94 páginas, con 27 poemas en español y la misma cantidad en su traducción al inglés que hacen un total de 54 cuerpos poéticos a nuestra disposición, con cada poema dando, por separado, su razón de ser y juntos, luego, evidenciando su origen, el envión que los puso en el papel, su carta de navegar por mar abierto y, destacando –quiéralo o no el creador del poema— la persona y todos los recovecos que componen el alma del poeta y que nutre su fantasía. El poemario se divide en tres partes con un título cada una: Umbral, Poética y Presencia.
No indagues, no preguntes,
Si vas a reclamar
Estamos ante un secreto desvelado. El tiempo ha hecho su reclamo y ya no hay nada más que reclamar. Las palabras ausencia y recuerdo, muy presentes en la letra, cabalgan todo el poema. Algo ha pasado con el trajinar de las cosas vivas y la historia de hoy en día que ya no fluye como fluía. Todo se dilata, se hace más lento el “corso y el recorso”, y el paisaje se mete a ser paisaje no en su dimensión real sino en la figurada, mejor, en la recordada que se refugia en el templo. Tiempo y fuga juegan a las escondidas, o a la “gallina ciega”, a ver quien escapa primero por las esquinas del poema. Todo lo que en verdad queda es el dolor de la quemadura.
Estamos como niños asombrados, boquiabiertos, ante la huida de la vida que conocemos y que, como un tatuaje, nos ha marcado para siempre. Porque en realidad no quisiéramos huir sino permanecer. No quisiéramos escapar sino quedarnos a ver, día tras noche y noche tras día, los amaneceres y los anocheceres y, con ellos las caricias, los roces, los olores de las cosas amadas, los colores de las cosas queridas y las risas de una boca que no queremos que nunca se despida.
El poema es, como podría decir Juan Ramón Jiménez, decidor. Sus palabras nos alertan de lo que vendrá, y lo que sigue es eso TIEMPO agotado, saliéndose en callada algarabía como Voces de silencio que se escapan por su camino de extinción que no es otro que una especie de Cauce de tiempo. Y hemos traído a colación estos otros dos títulos de libros de Amelia del Castillo, uno de 1978 y otro de 1981, ambos publicados por Hispanova de Ediciones. Porque, efectivamente, dije antes que el poeta, la poeta, es otra y la misma, como dijo de mí Gastón Baquero en un prólogo a uno de mis libros. Porque quizás con los poetas sucede, en un momento de nuestra vida y de nuestros libros, que nos revelamos a ser lo que siempre hemos sido y ya permanecemos allí, anclados, aunque cambien ciertas rimas y ciertos ritmos, o sean otros los dibujos de las tapas de nuestros poemarios. Y es bueno que así sea, porque nos hacemos profundos y extensos como el mar, siempre otro, siempre el mismo.
Es
Aquí salta a proscenio el título del libro, en esta fuga del asombro que es, simplemente, una despedida a esa juventud, ese adiós a las cosas que vemos desde una ventana que quizás no ha de abrirse nunca más… Y de allí surgen las preguntas y las conjeturas. Por eso se cuestiona “¿A dónde ir cuando todo se haya ido…?” ¿Quedarse quieta y velar el horizonte? ¿Soltar amarras como una nave, ser nieve, ser flor?, ¿volver?, ¿Quedarse?, ¿Convertirse en piedra? -pregunta tan dariana-, ¿convertirse en ala, en música, en reflejo?
Ya en 1990, Eugenio Florit prologaba un libro de Amelia, Géminis deshabitado y apuntaba que allí “también (estaba) la presencia de las interrogaciones, de los porqués, llenando sus textos de una intensa inquietud, o bien de un ambiente de incertidumbre ante los grandes secretos de la vida, la ausencia y la muerte. Y además de todo ello, que no es poco, esa otra inquietud de ser una y la otra; de su doble personalidad en dramático trance. Ese ser o no ser en el que el escritor de versos –o el de prosa—se halla sumido y que, en este hermoso libro, sirve para mantener en vilo la atención de su lector. ¡Cuántos versos o no versos se escriben para tratar de contestarse a estas preguntas! Si lo que vale, a fin de cuentas, es el en sí y por sí de la pregunta cuando se manifiesta en un verso de la mejor clase como es el de Amelia del Castillo”.
Las palabras más repetidas (que acompañan y visten a las ideas que más la obsesionan) son recuerdo, ausencia (explícitas aquí y allá e implícitas en casi todo el texto) y las efes más afiladas del libro: fuga y filo. El objeto más a la mano para jugar con los espacios poéticos está presente en el espejo. Con estos elementos podemos construir la verdad del libro o entender lo que lo motiva.
Quise abrazarla,
Ya conocemos por otros de sus libros esa dualidad presente en su poesía y a la que alude también Florit. Una de las características de esta poesía es el diálogo (¿monólogo?) que mantiene la poeta, casi constantemente, con ella misma. Se habla, se contesta, se encuentra, se rechaza, se acerca a sí misma y se acaricia, se aleja de ella y se angustia. Es como un eterno dialogar de alma con su cuerpo. Si ella misma es doble en el espejo, el mundo también se refleja en él, como haciendo dobles todas las cosas. Hay en la poeta, siempre, un adentro y un afuera, un espacio interno y uno externo. Conciliar ambos espacios es quizás la batalla más enconada que se trae entre manos Amelia del Castillo. La que más la intranquiliza, la que la asedia y, claro, vuelca luego en su literatura.
El amor que creció en la vida, la vida moviéndose indefectiblemente hacia otros espacios y la pregunta que vuelve a aparecer, insistente y fiera, aquella que se hace la autora de Fugacidad del asombro: “Adónde ir / cuando todo se haya ido”, pregunta que se planteó el autor de Cantos de vida y esperanza, y que Unamuno un día lanzaba con angustia existencial, que Simone Weil se hacía cuando exponía que “el gran crimen de Dios contra nosotros consiste en habernos creado, en que existamos”, y aquel otro becqueriano no saber de dónde venimos ni adónde nos encaminamos, o la razón terrible de un Dámaso Alonso en "Hijos de la ira", preguntándole a Dios por qué se pudre lentamente el alma.
Y en la mención de esta presencia divina encontramos otra característica de la poesía de nuestra poeta y lo es la nota mística, nota que no es fácil de conciliar dentro del contexto propiamente entendido como místico donde podríamos hablar básicamente de dos tipos: la mística cristiana y la mística no cristiana. En el caso de la poesía de Amelia del Castillo debemos hablar de una mística que precede a ambas mencionadas y que podríamos llamar “premística” y que encontramos en la zona de lo natural, de lo más humano que no intenta buscar a Dios propiamente, sino encontrar lo más auténtico de nosotros mismos localizado en lo más íntimo de nuestro ser, y que mediante eliminaciones de cosas superfluas se halla en contacto con lo trascendente, sobrepasando –o queriendo sobrepasar en el poema-- tiempo y espacio, algo así como encontrar una zona ideal donde tanto el bien como el mal estén por debajo de todas nuestras razones poéticas.
En un hermoso poema, que tuvo la gentileza de dedicarme en el libro, enfrenta esos mundos de afuera y de adentro, en la búsqueda de ese ser que quiere permanecer y que se le hace posible, solo a través de la palabra del poema:
Por retener el canto, escribo.
Esa concepción de la poesía como canto es muy antigua y se remonta a la Biblia, el Cantar de los Cantares, se deja ver en las Cantigas de Alfonso el Sabio, en las cantigas de amigo, pasa por los Cantos de vida y esperanza y El canto errante darianos, encuentra espacio en los Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda y lo hallamos, por ejemplo, en Episodio de primavera, de José Hierro quien nos dice que el poeta posee un don de Dios para dar a conocer con la música de la letra, en el poema, que existimos, que estamos vivos y que por lo tanto recae en nosotros el dar a entender con nuestra poesía el peso de toda una época. El poema de Hierro dirá: “Del vivir nace el cantar. / El cantar es como el vino / de sus uvas. En la copa / cae, sonoro y amarillo, / el vivir”. Y resume, terminando su poema: “Vino del cantar. Cantar / que es un nombrar escondido / de cosas que tienen patria / en mi corazón. Un rítmico / nombrar secretos de muerte / que a mí me mantienen vivo¨.
Así, de ese modo, en estos poemas, se ha de consumar y resolver este escape, esta fuga que tiene, a la vez mucho de rítmica: fuga del tiempo humano donde el asombro viene a contar cuando las cosas bellas de la vida nos encandilan con su luz, valga a cuento el amor, ya mencionado antes, amor acumulado que se encabrita y no quiere echarse al camino, se niega a dejar de ser, no quiere dejar de vivir en los besos y en las caricias, y que la poeta –milagrera, como todos los buenos poetas—convierte en vino en el poema y lo hace permanecer ya para siempre en las páginas de este riquísimo nuevo libro de Amelia del Castillo.
SALGADO, MARÍA A.- Profesora y ensayista española.
Isla, agua y espejos. Exilio e identidad en la poesía de Amelia del Castillo.
No sería exagerado aseverar que gran parte de la historia de la cultura occidental se podría trazar ateniéndose a las distintas interpretaciones atribuidas a los cuatro elementos originales –tierra, agua, aire y fuego. Sacralizados en las sociedades primitivas (Eliade), transformados en símbolos literarios clásicos y judeo-cristianos (Eliade, Dillistone), y considerados imágenes arquetípicas del subconsciente (Jung), su simbolismo ubicuo atraviesa el campo de la literatura, en especial, según Eliade, la del siglo veinte.
El primer poemario de Castillo lleva el sugerente título de Agua y espejos. (Imágenes) y, aunque fue escrito en los años cuarenta, no se publicó hasta 1986. En este libro, veinticinco poemas en verso libre y sin título elaboran el tema del descubrimiento gozoso del amor y de la inefabilidad de la experiencia amorosa. Estos poemas aparecen enmarcados entre dos sonetos titulados “Alfa” y “Omega”, escritos en 1965, y que a manera de prólogo y epílogo, resumen tanto el temario del libro como la actitud poética y vivencial de la autora ante emociones sentidas y escritas veinte años antes. El hecho de que ambos poemas hayan sido escritos veinte años después del poemario original es lo que me ha motivado a concentrarme en ellos. Es evidente para mí, tanto que son característicos de la poesía de madurez de Castillo como que sintetizan su nueva experiencia vivencial –ocasionada por el exilio– pudiendo ser considerados una consciente meditación sobre su obra-vida.
Como el título del libro sugiere, la imagen principal del poemario es la del agua –y, en cierto sentido, su reflejo (espejo-espejismo). “Alfa”, el sugerente y conciso título del soneto inicial, simboliza por lo general el espíritu, y, como el agua, el principio de todo lo creado. Pero dentro de los los límites más modestos del libro, “Alfa” se refiere más bien a la creación de una vida, una relación amorosa, un mundo poético. La imagen central de los dos primeros versos es la del agua, fons et origo (Patterns 188) de todo lo creado y una de las más poderosas representaciones del inconsciente. Estos mismos versos sugieren también que se trata de un agua-mar metafórica cuyo referente es el mundo interior de la persona poética. Establecido el referente, la polivalencia de las imágenes sugiere no una lectura, sino varias:
La ambiguedad imaginativa de la primera oración propone tres lecturas complementarias de la imagen del agua. La orilla podría ser tanto la de un agua-persona como la de una tierra-persona (isla), pero también podría ser la de un abstracto amor-agua (creación, inconsciente) que anega a la persona poética. El resto de la estrofa, y del poema, elabora el simbolismo del agua definiendo con mayor precisión los límites del yo poético. Así al referirse a la paloma (amor-espíritu) que lleva en el pico la semilla del amor, evoca la anécdota bíblica del diluvio (agua-mar en toda su fuerza de creación-destrucción purificadora) y de la paloma enviada por Noé en busca de la tierra-refugio. La analogía íntima que la paloma de “Alfa” vuela desde el mar-amor (destrucción-creación) hacia el yo-tierra que espera poder hacer germinar.
La segunda estrofa se estructura en forma de una pregunta (“¿No escuhas el reir de las campanas…?”) que otra vez de manera ambigua, puede ir dirigida tanto al lector como a otra faceta del yo, o a un amado cuya presencia insinúa la pregunta. Los versos siguientes subrayan otras variantes del agua (fuente) y del ave (jilguero), símbolo del amor y espiritualidad, para describir la alegría satisfecha de la hablante por medio de imágenes que subrayan los sentimientos de pureza (prístina fuente) y felicidad (reir de las campanas, trinos del jilguero) que “anidan” en su alma, abriendola al amor y a la reflexión.
Concluida su exposición en los cuartetos, los tercetos cantan al amor, abiertamente asociado ahora al agua. En el primer terceto, la hablante busca unirse al agua-amor y al amado (sugerido de nuevo por la imagen “hasta beber mi sed en la sed tuya” –si bien el referente de “la sed tuya” es ambiguo, por poder referirse a la “sed del agua). La hablante anhela fundirse en el agua-amor “hasta colmar el pozo (alma, feminidad) de mis brazos.” En el segundo terceto esta imagen de expectación gozosa se esfuma un tanto al asociarse el agua a un espejo (imaginación, inconsciente) cuyos reflejos cubren las huellas de un amado (¿la otra?), y cuya presencia en el texto se establece como ausencia –sólo existe el surco de sus pasos.
Las imágenes del surco y el espejo sugieren otra lectura del texto, más atrevida tal vez que las anteriores, ya que implican que la autora usa este soneto como el espacio del conocimiento de sí misma. El surco de los pasos se puede relacionar a la persona poética, pues la palabra surco remite a la semilla que en el primer cuarteto se asocia a la tierra (isla)-yo de la hablante. Además, el espejo es símbolo de la imaginación, del inconsciente y del pensamiento, y como tal, es el instrumento de contemplación de sí misma. Asociado al agua representa el mito de Narciso (Cirlot, Jobes). Por otra parte , y según las teorías de Jung, aunque la isla, evocada aquí por las imágenes marinas, puede ser un símbolo de soledad y aislamiento, también puede ser un refugio del asalto amenazador del mar del inconsciente, es decir, puede simbolizar la síntesis del inconsciente y el albedrío (Cirlot). Así, surco y espejo permiten leer el poema no sólo como un texto de exaltación del amor erótico, sino también, y especialmente, como un texto ontológico que indaga en el ser íntimo de la persona poética.
“Omega”, símbolo del fuego y de la destrucción apocalíptica, es el poema final del libro. Y como tal, aunque también se centra en las imágenes del agua y del espejo, lo hace desde una perspectiva opuesta a la planteada en “Alfa”. En “Omega” falta la celebración jubilosa y la reflexión esperanzada del primer poema, en su lugar se impone una visión acongojada, provocada al parecer por la angustia existencial de la hablante. La primera estrofa es representativa del tono general del soneto:
Nótese que el espejo, símbolo ambivalente de reflexión introspectiva, pero también de artificio y falsedad, sólo se usó en “Alfa” en el último terceto. Pero en “Omega” aparece desde el primer verso, insinuándose así desde el principio el motivo del doble y la desconfianza hacia la duplicidad del entorno. La dualidad se acentúa al leer el último vocablo –el adverbio de duda “acaso”– con el que se introducen dos imágenes propuestas como análogas al amor. Ambas imágenes resultan engañosas ya que que el risueño “juguetear de las brisas” y el encantador “germinar de los sueños entre risas” se comparan en el cuerto verso al payaso, otra figura mítica (opuesta a la del rey) que representa la falta de poder (Cirlot) y que esconde el dolor tras de la risa.
En el segundo cuarteto, la hablante se dirige al pasado (¿al amor?, ¿a su otro yo?, ¿a los recuerdos despertados por el libro recobrado?) que se le aparece por un sendero de espejos, ya sin prisas y con la angustia “embridada”. Pero el pasado no se detiene, sino que pasa de largo, dejándole tan sólo el roce del contacto. La imagen de la brida, usada para referirse a la falta de angustia del pasado, trae a la mente la del caballo, animal de símbolo complejo que pertenece al mundo del instinto y, por lo tanto, al del agua y el inconsciente (Cirlot). Este “caballo” de los instintos se mueve además por un engañoso camino de espejos que evoca en el lector la pesadilla de una vida en la que ha sido difícil establecer límites y separar lo vivido de lo soñado –la verdad de la mentira.
El primer terceto empieza con una repetición casi literal del primer verso (“Agua y espejos el amor. Parece”). En ambos versos, el encabalgamiento produce una pausa intrigante, pero en el segundo caso, la aparentemente inofensiva substitución de “acaso” por “parece” cambia el sujeto del discurso, haciéndolo recaer ahora sobre la circunstancias presentes de la hablante, quien sugiere no ser ya la misma que escribió el libro veinte años atrás: “en mi jardín (tierra) inédito florece / la rosa el olvido”.
De hecho, su obra se inscribe dentro de la rica polivalencia del simbolismo –poesía lírica e intimista por excelencia– difícil por lo tanto escoger textos que no exhiban las distintas gradaciones de su mundo interior. Pero a pesar de ser difícil escoger, voy a arriesgarme a hacerlo, mencionando algunos poemas que considero esenciales para conocer la evolución de su mundo poético y su creciente fe religiosa. En Agua… (1986) destacan, el número X –un canto a la experiencia de la maternidad– y el XXI – una indagación en la esencia del ser. En Urdimbre (1975) “Mar cuando tú y yo…”, “Yo” y “Mi canto”. En Voces... (1978), “Peregrina”, “Otra”, “Resaca”, y “Protesta”. En Cauce... (1982), “Anochecer”, “Rumbo sur”, “Afirmación”, “ Y fue…” y “Dime, Señor”. En Las aristas desnudas, los poemas “Isla”, “Duele”, “Estoy”, “Vuelves”, “Si estoy de pie”, “En tu piedra de luz”, “Hoy sé que vivo” y “Todo el canto”.
Ahora bien, si es cierto que la obra de Castillo es homogénea por centrarse en su mundo interior, tampoco lo es menos que su vivencia de exiliada ha determinado gran parte de su visión personal. Esto es así hasta el punto de que es difícil hallar textos que no registren la doble enajenación de su destierro físico y existencial. Tal vez algunos de los poemas más originales de esta autora sean lo que conjugan ambos tipos de enajenación, por ejemplo, “Isla”, el poema de Las aristas desnudas que quiero examinar antes de concluir este breve ensayo. “Isla” puede leerse de manera autobiogáfica, es decir, relacionándolo a la experiencia vivencial de Castillo.
Y subrayan también su martirio, efecto que se logra en los versos siguientes al escoger motivos (cruz, espina) asociados a la iconografia católica: “Isla / crucificada al tiempo” El binomio isla-hablante se establece a continuación, tanto al preguntar cómo arrancar “la espina / que me crece de ti,” como al aludir a la imposibilidad de deshacerse del “grito” que lleva prendido a su propia “voz”. El dolor y la angustia de Cuba, interiorizados en estos versos, le impiden hallar la expresión adecuada a un sufrimiento “que no encuentra la palabra / para decir tu voz”. Esa palabra que busca es “la sola y única /… Lanza / afilada de miedo, / de impotencia y de lágrimas.” Al faltarle la expresión, el único camino abierto es el de asumir existencialmente el sufrimiento de Cuba, con quien se hace una:
Sin embargo, terminada esta lectura del texto, me veo obligada a admitir que en ningún lugar se ha referido la hablante a Cuba. Al contrario, la imagen se ha mantenido siempre al nivel abstracto de “isla”. Podría tratarse entonces de una metáfora del yo, explicitada en el último verso; o podría tratarse también de una metáfora de la poesía y de la incapacidad para expresar sentimientos inefables; pero podría muy bien también tratarse de las tres cosas. Ya que este poema, como ocurre frecuentemente con los versos de Castillo y de los poetas de tradición simbolista, se caracteriza por su polivalencia, es decir, por su capacidad para continuar generando nuevos significados. De lo que sí no cabe dudar es del arte con que Castillo sabe remozar algunos de los símbolos más ricos de la literatura occidental. Logra con ello una poesía clásicamente original que enriquece el ya rico inventario de la poesía cubana contemporánea en el exilio.
VALLS ARANGO, JORGE.- Poeta.
Creo que esta tarde no va a tener el formalismo de un acto académico. Hay aquí, hoy, un poquito de deslumbramiento. De intimidad preciosa.
Vamos a intentar hablar de buen verso. Hablaba con el Maestro Florit hace unos momentos y le decía cuán harto estaba yo -y me imagino que buena parte de la humanidad- de asistir casi constantemente a la majadería y a la malacrianza convertida en pretensión de arte; al pretexto de evadir cualquier responsabilidad del hombre, cualquier realidad del espíritu, con un pretendido peregrinaje intelectual. Más o menos la construcción de un andamiaje de oquedades y, sobre todo, de ausencias y de indiferencias.
Yo recuerdo una noche de exilio, en 1954. Estábamos en el cuartucho de una pensión en México un puñado de exiliados iberoamericanos: colombianos, mexicanos, cubanos... Y tarde en la noche cogimos un libro de Martí. Veinte años, todas las pasiones adentro, en una pensión que casi no pagábamos porque cada cual pagaba a su manera... y leyendo versos de Martí.
Voy poniéndome un poco cargado. No es el momento para que yo esté muy ligero. Ni el libro de Amelia es ligero en lo más mínimo. Puedo decir que es uno de los libros más profundamente nervio y espíritu que he leído en un buen rato. Y no lo voy a juzgar literariamente. Creo que es muy bueno, muy entero, muy serio. Creo que Amelia logra un libro que no tiene tiempo; que podía haberlo escrito Garcilaso, Miguel Hernández, Martí, José Mármol... Alguien que en un momento dado tomó en serio la existencia.
Yo creo que el libro de Amelia, si no se llamara Las aristas desnudas se podría llamar: "De lo profundo te invoco, Señor, escucha mi voz. Estén tus oídos atentos a la voz de mi plegaria. Te espero como el centinela espera la aurora..." Hay un poema que habla del centinela, e indudablemente es la voz de David la que se repite constantemente... No, no se repite; es. Está presente en la dimensión. La vida tiene sentido porque un día Dios, que no tiene tiempo, entró en el tiempo. La vida del hombre tiene eternidad porque un día el que es eterno y no necesita del tiempo padeció el tiempo. Por eso es tremendo encontrarse en medio de un poema cosas como éstas:
Vienes, te salude mi fe
Una cita de Octavio Paz: "Todo se pone en pie para caer mejor". Y de Amelia: "Si estoy de pie es porque me levanto/ porque me empino más allá/ de mi asombro y mi estatura".
Cuando me puse a escoger poemas de Amelia, encontré que era muy difícil escoger un poema, o una serie de poemas, o unos cuantos poemas. El libro está marcado en cuatro partes. Vórtice, Crepitaciones, Palabras, Levitación. Me lo he leído un puñado de veces. Confieso que a veces no sé si soy yo el que lo está escribiendo. Y es, simplemente, que el poeta, cuando es en serio poeta, produce ese misterio.
No sé por qué
Esta no es una poesía lamentosa; no es un libro de lamentaciones. Aquí no hay nada debilitado, nada suave. Aquí no hay nada amanerado, aflojado. No, no; esto es nervio. Esto es nervio muy, muy en serio. Amelia no se permite el lujo de las flojedades, de las debilidades. Por eso, su poema Estadísticas quién sabe si es la mejor crítica a la pretensión de cultura en la que se ha enejenado la humanidad:
¿Quién la vistió de escamas y coronó de espinas?
¿Se dan cuenta de que el verso habla por su cuenta? ¿De que no hay comentario? ¿De que no vale la pena intentar el comentario? ¿De que sería ridículo el comentario?
Yo creo que hay algo misterioso en la capacidad de crear un ser, o mejor dicho, de facilitar el trance de un ser al conocimiento de los demás. ¡Ay, este personaje! Este Lázaro... El gran hermano, el gran símbolo del tiempo.
Y este poema de Amelia:
Tenía la ansiedad del viento
Y en este otro poema, una pregunta:
Por qué no me preguntas por la esquiva
Cuento unas anécdotas: Yucatán. Voy a una ciudad antigua. No sé bien el camino. Voy en una tartana, de esas que ruedan por unos raíles estrechos. Delante de nosotros, una preciosa mariposa negra como si nos fuera guiando. Oriente. Cuba, 1963. Voy haciendo mi camino hacia un lugar también muy antiguo. Acaso el lugar donde se encuentren los vestigios más antiguos del ser humano en Cuba. En el horizonte, la terraza de Maisí. Hago el camino sin saber cómo llegar. Donde se bifurca el camino, una mariposa blanca aparece y decide por mí. Yo la sigo.
Y regreso con dos sonetos deliciosamente descoyuntados en la tipografía:
Vino
Todo el canto
Y en homenaje a Amelia suelto unos girasoles que algunos reconocerán:
"Por el monte, monte, monte
VERDE, JOSEFINA.- Poeta, escritora y ensayista española.
Amelia del Castillo y su Cauce.
Hace tiempo tomé la determinación de no hacer comentarios sobre libros de poesía, pues aunque recibo un promedio de tres o cuatro al mes, que lleguen a interesarme realmente por su calidad literaria, solamentes dos o tres al año. Pero cuando llega uno de esos pocos tengo inevitablemente que romper mi propósito para no sentirme culpable del silencio, que, aunque generalmente suele ser una virtud, puede, en ocasiones, degenerar en pecado.
Tengo ante mí uno de esos pequeños tesoros. Como regalo de dioses me llegó el poemario Cauce de tiempo, de Amelia del Castillo. Como auténtico cauce de serenidades, desbordador de imágenes y poseedor de bellezas.
Afirma el linguista Edward Sapin que la literatura refleja el poder de la lengua en que se escribe. Bajo este prisma la palabra de profundas connotaciones que el verso de Amelia del Castillo desarrolla en el contexto de su obra, fluye en perfecto dominio de un castellano limpio, con vocabulario sencillo, sin oscurecimientos demagógicos que para nada precisa, donde, entre otros análisis que dejo para los estudiosos de este juego llamado poesía, brota, en regresos de infancia, búsquedas y esperanzada tristeza, la potencia de dos elementos comunes en este libro: tiempo y serenidad:
Hay trasfondo de voces consagradas (Juana de Ibarbourou, Alfonsina...) en este Cauce de Amelia del Castillo al oficio personal e intransferible a la vez en la dinámica de sus poemas. Pero hay sobre todo una tal densidad que escoger en su desbordado caudal algún verso feliz es fácil, pues todos lo son. Lo difícil aquí es señalar unos y dejar los demás. Y esto, que suele ocurrir tan de tarde en tarde en cualquier libro de versos, es normal acontecer en la fórmula casi plástica de esta autora, donde el olvido, la soledad o el silencio, pasan gloriosamente iluminados por la poesía:
Regresar del olvido
O donde las preguntas, aunque pocas, son tremendamente acusadoras en su armonía:
Y en otro poema:
¿Qué disfrazada espina te lastimó de miedo?
Nuestro académico Lázaro Carreter ha dicho en repetidas ocasiones que hay que salvar a la poesía. Opino que a la poesía sólo pueden salvarla o perderla los poetas. Cuando el poeta recrea con auntenticidad su lenguaje, salva y se salva. Porque posee el secreto de una fuerza extraordinaria: la palabra. Y esa armonía de canto que implica la concepción del verso en el poema, no es ni debe ser para oscurecer belllezas, sino para iluminarlas. Si toda búsqueda es valiosa, cuando su cauce es el verbo y su finalidad la poesía, no se concibe que intente la destrucción de la luz. Porque es preciso ensuciar las aguas si queremos ver el fondo, aunque tal vez sea si de lo que se trata es de reflejar nuestro perfil en ellas. En Amelia del Castillo eso no puede ocurrir; ella se refleja mejor en las transparencia serena y absorta:
Para ti, lector amigo, que estás leyendo este comentario, abro al azar el libro que nos ocupa para dedicarte íntegro el poema que salga, como pago a tu fidelidad de leer hasta el final. Y se nos entran por los ojos, alma adentro, acentos liberadores de belleza. Que eso es el poeta. Liberador. Tal vez el único Liberador de algo que todos llevamos dentro y que él sólo puede rescatar. Como rescata Amelia del Castillo su cansancio, que también puede ser el tuyo o el mío:
Estoy cansada...
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